CARPINTERO-PINTOR.
Mi hija Isabel ha diseñado un
mueble para su casa que el carpintero ha realizado y le ha llevado a casa.
Ha entrado en el estar de la casa
para dejar el mueble, ha mirado a la pared y ha dicho:
"Un cuadro como ese lo tengo
yo".
Una foto de dicho cuadro, del que
soy autor, que en realidad está compuesto de cuatro piezas, es esta:
Entonces mi hija recordó que en
una ocasión anterior se había fijado en el cuadro, dijo que le gustó, le hizo
una foto y también dijo que le diría a su padre, al que le gusta pintar, que le
pintara uno igual.
Por lo visto se lo pintó y quedó
a su gusto.
A mí me parece divinamente.
Que uno vea un cuadro, se
documente y pinte otro igual para uso propio me parece bien.
¡Eso es la cultura!
Que uno ve en su medio cultural
algo, hace su versión y lo disfruta, ya digo ¡Eso es la cultura!
Yo no he visto el cuadro en cuestión.
Seguro que no es idéntico para su destinatario está conforme con el cuadro y le
gusta ¡Qué más se puede pedir!
Por supuesto que está bien que
haya mecanismos protectores de los derechos de autor ¡Pero no hasta el extremo
de prohibir que uno haga, o le encargue a su padre, una versión de un cuadro
que ha visto para ponerlo en su casa!
Con frecuencia se habla de
"falsificación".
Se habla, por ejemplo, de bolsos
falsificados.
¡Cómo va a ser!
¿No se puede meter cosas dentro?
¿Se caen?
¿Falla el cierre?
¿Falla el asa?
El logo no es legítimo.
Pero no está falsificado.
¡Estará falseado! Que es otra
cosa.
Se puede falsificar el dinero,
los billetes de banco, que son documentos oficiales que garantizan el valor transaccional
de las cosas. O los pasaportes. O los documentos de identidad.
¡Pero los bolsos?
No hombre no ¡los bolsos no!
Ni la mayonesa que hace uno en
casa en su batidora con huevos, aceite, zumo de limón y una pizca de sal.
Uno aprende cosas y las hace y no
por eso es un falsificador.
¡No hay que pasarse con tanto
celo!
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