Estos días estoy arriando. Plegando, que dicen los catalanes. Porque a pesar de que lo dije en su momento (ver cliqueando en el asterisco rojo*) en la administración pública no se han enterado. Ni ha colado. Y mira que lo demostré palmariamente. Que aún me quedan 14 años para cumplir 70 ya que tan solo tengo 5&.
El caso es que este curso se está terminando. El jueves pasado fue mi última clase y al siguiente curso no puedo volver ¡Porque si lo intentara me lo impedirían! ¡Y si en este o en los anteriores me hubiera ausentado injustificadamente me hubieran castigado! ¡Qué surrealista! ¿no?
En realidad no se ha torcido ningún plan. Esas torceduras si que me dan pena. Este curso ha terminado de modo natural. ¡como siempre! Lo que ocurrirá es que en octubre no comenzaré otro distinto, como venía ocurriendo últimamente. Pero lo que pudiera ocurrir el próximo curso es algo que no existe ¡No voy a perder lo que no tengo!
Porque los sucesivos cursos no son partes de una misma cosa. Son cosas distintas. Y no hay dos iguales. De modo que estos días se ha roto, como estaba previsto, esa costumbre que tenía con mis alumnos de vernos todos los miércoles y jueves durante tres horas y charlar mientras dibujaban. Claro que el único que nunca faltó a esa cita fui yo. Y aunque nunca estaban todos siempre había muchos y aquello estaba muy animado. Pero yo ya se lo he dicho a ellos: quien quiera encontrarme aquí me tiene.
El caso es que seguiré navegando por otras aguas igualmente conocidas, porque desde siempre lo vengo haciendo y fondeando en otros sitios y atracando en otros puertos. No hay que despedirse especialmente ni de nadie ni de nada.
Y, desde luego, lo que no hay que hacer de ningún modo es volver la vista atrás. Porque sabemos lo que pasa ¡Que quien lo haga quedará convertido en estatua de sal!