ALARDE ETOLÓGICO.
Anteayer fui al Retiro y pasé junto
a la biblioteca que hay allí .
Que, como se sabe, está situada
junto a la que fue puerta de entrada la antigua Casa de Fieras.
Y parte de esa biblioteca está
adosada a la construcción que albergaba a
los leones y a los tigres.
Y al fondo, lindando con la valla
del Retiro, estaba una jaula de chimpancés en la que pude contemplar hace más
de cincuenta años la escena etológica más sorprendente que cabe imaginar, que
paso a describiros.
En aquella época yo era asiduo del zoológico porque
iba a dibujar apuntes de los animales allí encerrados. Y cuando pasaba por el
sitio señalado advertí un revuelo de gente partiéndose de risa, me acerqué y vi
el motivo de aquel jolgorio:
Un chimpancés le había arrebatado
la gorra de plato a un barrendero que andaría barriendo por allí y en aquellos
momentos estaba el mono cachondeándose
literalmente de aquel hombre. Que sintiéndose humillado por aquel "ser
inferior" le reclamaba, inútilmente que le devolviera la gorra.
El mono se la acercaba, pero
antes de que la pudiera coger su dueño el mono la retiraba rápidamente, con lo que desataba la
furia de aquel hombre y las carcajadas de los que estábamos contemplando la
escena.
Allí estaba ocurriendo algo
insólito. O que a mí me lo parecía. Que un animal, o sea, un ser
infrahumano, estaba haciendo alarde de una cualidad tan humana como es el
sentido del humor. Que en este caso consistía en burlarse de un humano en
connivencia con un público que se partía de risa, con la consiguiente
humillación de aquel hombre. No puedo recordar si el mono se carcajeaba o no,
pero que estaba exultante era evidente.
Pasado un tiempo acudió el
encargado de aquellos animales. Que no era exactamente un domador, pero debía
ser el que le traía la comida, limpiaba la jaula, etc.
Aquella jaula era como las celdas
de las películas americanas, tres paredes con una puerta en una de ellas, un
techo y en el lugar de la cuarta pared los barrotes de la reja.
Cuando el mono vio aparecer
delante de la reja a dicho empleado cambió su actitud radicalmente.
Corrió a
refugiarse en un rincón al fondo de la jaula, donde el empleado no podía llegar
con las manos, abrazado a la gorra y con los ojos fijos en aquel hombre.
Muy firmemente el encargado de
esa jaula le conminó a gritos que devolviera la gorra y que se acercara.
Durante unos instantes el mono se
resistió a obedecerlo, pero aquel hombre insistió con gran firmeza. Y el mono
terminó por darle la gorra y permitirle que le asiera `por una muñeca.
A continuación el empleado del
zoo, sin soltar al mono le dio unos golpes en el sobaco a modo de castigo.
Le restituyó la gorra a su dueño que la recuperó y también su maltrecha dignidad.
El mono se fue de nuevo al rincón
y allí encogido y mohíno puso cara de no estar para bromas.
A mí me sorprendió tanto porque
el humor, la broma y el cachondeo me parecen rasgos inequívocos de indiscutible humanidad. Y que aquel animal que se mostraba
tan humano tanto en la alegría como en la tristeza me descolocó totalmente...
Para resolver ese conflicto me inclino
a incluir a los monos en la esfera humana...
Lo cual se debe en parte a que
soy un inclusivista irredento.