Salterio Online

Bienvenidos al blog de Tomás Garcia Asensio también conocido como Saltés. Los que me conocen sabrán de que va esto, y los que no, lo irán descubriendo...

viernes, 28 de diciembre de 2007

¡FELIZ EME, EME, UVE, I, I e I!

Este post de Año Nuevo, que se inicia con este dibujo del Salterio, se lo brindo al público, que con tanto ahinco sigue este Blog, deseándoles un año verdaderamente cojonudo. EN LA COLA DE LA CAJA.



Eran las dos y pico de la tarde del 31 de diciembre de 1991, y estaba en “Al Campo” de la Vaguada para comprar pan, tan sólo, y acababa de llegar a la cola de la primera de las cajas.



Un instante después se aproxima una señora, como de cuarenta años, y pienso –sin el menor fundamento- ¿la conoceré de algo? Es de esas cosas que no tendrían que pasar, pero que pasan. Me quedo mirando, se queda mirando, va y me saluda. Entonces ya estoy seguro de que no la conozco de nada. No obstante pienso: a lo mejor la conozco y no me acuerdo. Como yo estaba en un instituto y por allí pasan muchos profes y se olvida uno, pero es que no tenía cara de profe. No es que se parezcan todos como se parecen los chinos. Hay muchos tipos, pero todos tienen algo en común: no tienen cara de no ser profe, y aquella señora tenía cara de no ser profe. No obstante insistí, y fue mi único derrape cuando dije:


¿Dónde estás ahora?, quería decir que en qué instituto.


¡Pues dónde voy a estar!, donde siempre.


Esa era la ocasión dorada de despejar el error: “Pues mira, parece que me he confundido…” ¡pero no tuve cojones! Aún tuve otra ocasión, cuando se acercó su hija, como de 17 años, a la que le dice su madre:


¡Mira quien está aquí!, ¿no lo conoces?


¡Pues no! contestó la chica.


Eso era ya un punto de inflexión, y me volvieron a faltar arrestos.


Es el hermano de Antonio.


Yo, que no tengo más que una hermana, no me atreví a negar, por lo que asentí ¡Era el momento del no retorno! ¡Y aquella cola no avanzaba nada! De modo que a lo hecho pecho. Ahora el objetivo es mantener la mentira incólume, como si fuera verdad. De modo que me lancé a la aventura. A continuación la madre me pregunta por mi padre que estaba algo pachucho. Yo, que ya hace mucho que no tengo padre, mentí flagrantemente:


Bueno, pues está algo mejor.


Y la cola como la de un caracol. Pero, por otra parte quería salir victorioso del trance, por pura deportividad.


Como el ambiente era cordial y también de intimidad, la hija nos enseñó lo que había comprado: un sujetador y unas bragas de color rojo carmesí. Alabé la rotundidad cromática de aquella lencería y me explicó que era debido a que se recibe al año nuevo con esa ropa interior para tener buena suerte en el nuevo año. Tuve el papo de hacer un chiste malo:


Tendréis buena calefacción.


Hombre, se lleva por dentro.


Luego nos enseñó otras prendas iguales, salvo que eran azul ultramar intenso.
Dije, ya desconfiando de todo:


Pero no son rojos ¿verdad?


No hombre no, es que estaban en el mismo sitio, me gustaron y las compré.


La cola, afortunadamente avanzaba imparable, veía que podía salir indemne de trance. Y mientras yo pagaba la madre me decía:


Pues esta noche vamos a cenar con tu hermano Antonio.


Despidiéndome de ellas, felicitándoles el Año Nuevo, amparado por la impunidad de haber pagado ya y al sentirme libre, aún tuve el cinismo de decirles:


¡Ah! ¡Dadle recuerdos a mi hermano!




domingo, 23 de diciembre de 2007

Feliz Navidad.

Este post, que se inicia con este dibujo del Salterio, se lo dedico a mis queridos padres que amueblan lujosamente mi memoria. FELIZ NAVIDAD,
EN TIEMPOS NORMALES.

Queridos amigos seguidores de este blog, que sois muchos. Aunque tan discretos, por lo poco que os manifestáis, que casi no os siento:


¡¡¡MUCHAS FELICIDADES!!!


Lo de las felicidades no va de broma, porque se puede padecer una infelicidad crónica como la de la historia verdadera que os cuento a continuación.

Durante toda la parte de mi vida que pasé en mi primera casa, en la de mis padres, en el fondo del aparador estaba una botella, de “Viña AB” que es un jerez amontillado que ya no se produce.

Era como si aquella botella tuviera un fantasma dentro. La veía a veces buscando otras botellas y sobre todo era muy visible cuando se removían muebles y trastos cuando hacían limpieza general, o pintaban las paredes, o había obras, o en una mudanza que tuvimos. Y siempre con el temor a que se rompiera, porque tenía una cierta magia al ser sagrada su supervivencia. De haberse roto, se habría disgustado mucho mi padre.

La simbología, casi sagrada de aquella botella se debe a que en la primera casa de mi padre, la de mis abuelos, sobró esa botella de las Navidades del treinta y seis y quedó sin abrir. Fueron tan dramáticos los acontecimientos que se sucedieron, como todo el mundo sabe, que no le apeteció a nadie abrirla y beberse ese vino. Cuando se casaron mis padres la botella recaló en el nuevo hogar llegando a convertirse en un objeto misterioso y omnipresente.

Decía mi padre que esa botella no se abriría hasta que LLEGARAN LOS TIEMPOS NORMALES y allí seguía virginal durante 40 años. Llegado los ansiados tiempos normales pero no nos apresuráramos a abrirla. Todo ese tiempo había pasado para bien y para mal. Y mi padre ya estaba mayor y con la salud delicada. Una vez en que estábamos todos reunidos propuso mi madre que la abriéramos, porque le producía horror que ese objeto simbólico, pudiera sobrevivir a su marido.

Se abrió aquella botella, el vino estaba horroroso, pero eso no fue inconveniente para celebrar que ya estábamos viviendo tiempos normales. Como ahora. Por eso termino como empecé:


FELIZ NAVIDAD,
EN TIEMPOS NORMALES.



Esta foto es del belén que les hice a Nico y a Jorge.

lunes, 17 de diciembre de 2007

El software humano.

Este post precedido por una secuencia clásica del Salterio se lo dedico a Isabel y a Ana que son las niñas de mis ojos.


LO MÁS BENTÓNICO DEL ALMA.

El alma es, como el océano, una profundidad que en el fondo es oscura.

Uno va flotando en su superficie y todo es de una claridad meridiana. Abre uno bien los ojos, mira y todo lo ve clarísimo, y si es de noche enciende la luz, o aprovecha para irse a dormir.

Si se cierran los ojos se hace de noche, aunque se ven tenues lucecillas imprecisas y móviles. Pero se puede pensar. Y se piensa con palabras, que son oscuras representaciones de la realidad. Estas palabras no tienen por qué sonar. Pero evocan la realidad oscuramente. Cierro los ojos y pienso”ábol”. No veo un árbol, pero casi. He buceado un poco en el alma, he alcanzado una oscuridad relativa, pero tengo un árbol. Árbol que reconozco si al abrir los ojos estoy delante de uno. También puedo visualizar un árbol, más o menos, dibujándolo en un papel ¿Qué es dibujar un árbol de memoria? Es bucear y atrapar un árbol en las oscuras profundidades del alma, sacarlo misteriosamente, y dejarlo a la vista de todo el mundo sobre un papel, como el que saca un pez del mar y lo deja en el suelo.

Hay algo que es parecido pero mucho más misterioso. Algo que es frecuente cuando se tiene cierta edad. Si no se acuerda uno de algo, de un nombre, por ejemplo, mete la mano en la oscuridad del alma, empieza a manotear, a palparlo todo, tropieza con algo lo saca ¡ya está! ¡Teodoro! ¡No me acordaba, pero aquí está!

¡¡Es cojonudo!! pero hay algo aún más cojonudo. Es si sale Doroteo en vez Teodoro que es lo que tendría que salir ¡¡¡Pero qué pasa!!!¿Es que están en la oscuridad del alma las ideas clasificadas de más a menos semejantes?

Vosotros que estáis leyendo esto, al leerlo van reflotando estas peregrinas ideas de la oscura profundidad de vuestras almas debido a que las estoy evocando. Pero yo, que también lo estoy leyendo según lo escribo ¿de dónde coño salen? Pues del fondo abarrotado de ideas que hay en el alma. Que son invisibles porque allí reina la más absoluta oscuridad. Si se pudieran iluminar como en el océano se hace con batiscafos ¡sería la ostia!




martes, 11 de diciembre de 2007

El peligro vegetal.



Este post, que está precedido por un clásico del Salterio, se lo dedico a Marta con quien he celebrado en estos días un tiempito respetable de feliz convivencia. EN EL REINO VEGETAL HAY MUCHO HIJO DE PUTA.



Este post viene un pelín retrasado porque me fui de puente, más que con toda la familia, con toda la tribu, y a la vuelta algunas urgencias me han impedido ser puntual en algo tan esencial.

Nos fuimos a Pozancos, cerca de Sigüenza, y los paseos por la naturaleza, por el reino vegetal, sobre todo por la Hoz del río Dulce, me evocaron recuerdos, y estos reflexiones que expreso a continuación.

Se que hoy en día resulta políticamente incorrecto criticar a los desvalidos. Y así son -respecto a la motilidad- los vegetales, sobre todo en relación con los animales. Principalmente los terreros y algunos acuáticos. Aunque una parte de los que viven en los océanos están, como los vegetales, sujetos al suelo.

Todos estos seres enraizados están por ello a merced del común de los animales, que campan por sus respetos. Y se piensa:¡pobres vegetales, abandonados a la suerte de la depredadora zoología!

Bueno, pues en muchos casos de pobres ¡nada! Porque tienen la mala leche, la mala savia, propia de muchos tullidos que siempre andan medrando y tratando de sacar ventaja de su desgracia.

El ejemplo más claro es el de los árboles ¿Qué es un árbol? Pues una mata encaramada en lo alto de un tronco ¿Para qué? Pues para atrapar la luz del sol arrebatándosela a las otras matas que no han podido desarrollar un podio. Y entre todos los encaramados pugnan por alcanzar la mayor ventaja posible hasta alcanzar la mayor altura que la gravedad permite a una columna de agua. Porque de no ser así seguirían creciendo indefinidamente.

Otros, como las lianas y bejucos se enroscan en los troncos para alcanzar las copas, careciendo del maderamen necesario llegan a estrangular a sus huéspedes. Son los famosos matapalos que consiguen a veces entretejer un tubo con el que logran permanecer en pie y prescindir de su tutor que muere, se pudre y desaparece.

Pero no sólo compiten los vegetales entre ellos, sino también con los animales, desarrollando espinas para defender su territorio. Y también venenos que los ponen a salvo de sus móviles enemigos de la zoosfera. Del mismo modo proceden los animales marinos que viven fondeados, como los corales y las ascidias. De hecho Celtia tiene mucho éxito desarrollando poderosos medicamentos basados en las secreciones de estos últimos animales cuyas colonias tienen el inocente aspecto de racimos de uvas.

Habréis notado un fondo de odio en lo que os digo, un resentimiento. A pesar de lo placentero del viaje a las orillas del río Dulce en Peregrina realizado recientemente, me ha recordado una experiencia terrible, la vivida hace unos años en La Pedriza.

Fuimos de excursión al Yelmo y me perdí. No encontraba el Yelmo, ni a mi hija Ana, que era muy pequeña ¡y se llevó un gran disgusto!, ni al resto de los expedicionarios. Me dije ¿y ahora qué hago? Y vi un pequeño río, que supongo sería el Manzanares, que bajaba empinado hasta llegar al pueblo Manzanares el Real y desembocar en el embalse de Santillana. Se veía allá abajo algo parecido a un espejito rectangular que resultó ser el techo metálico de un edificio de la compañía del Canal de Isabel II.

El plan de salvamento era clarísimo: vadear el río y llegar al pueblo y allí llamar por teléfono o coger un autobús ¡Pero no contaba con las zarzas!

Según bajaba iba recibiendo arañazos de esa maraña. Y desgarrones, pinchazos y cortes de aquellas matas agresivas que defendían un territorio que yo no pretendía invadir ¡sólo pasar!

No recibí daño de ningún animal. Ningún insecto o arácnido me agredió, ni vertebrado. De ningún alacrán, ni araña, avispa, serpiente o alimaña recibí daño alguno. Pero aquellas zarzas me dejaron hecho un Ecce Homo. Parecía el Cristo de Grunewald, lleno de laceraciones, espinas, totalmente magullado y ensangrentado.

Por eso a las zarzas del río Dulce las miré con mucho respeto, y a pesar de no recibir más que algún leve arañazo de aviso, alerté a los otros: ”¡Cuidado! que cuando estas jaritas se ponen en plan hijas de puta…hay que temerles.”

sábado, 1 de diciembre de 2007

Una histoia terrorífica.

Este post, que se inicia con este dibujo del Salterio, se lo dedico a Rubensan con quien estoy en deuda por ¡cómo anima el cotarro!
LOLA Y LA TEJA.



Cuando yo era un niño había algunos curas de mucho calado. Aún no había obispo en Huelva, dependía de Sevilla, donde reinaba el Cardenal Segura, que en uno de sus viajes pastorales se trasladó en un coche verde. Vehículo que mereció el nombre de “aceituna”, debido a su color y que llevaba el hueso dentro.

Al no haber un jerarca eclesiástico local, honor que caería más tarde sobre Don Pedro Cantero Cuadrado, apodado “el adoquín”, la autoridad quedaba repartida entre los que por su carácter más lo merecían como Don Julio, párroco de San Pedro, cuyo poderío se manifestaba en sus cejas ¡enormes matas de pelo que como dos zarzas cobijaban sus ojos aquilinos! y Don Antonio, dueño de la teja que protagoniza nuestra historia.

Don Antonio era un cura de leyenda. Me contaron que era capellán de la cárcel y que al tener que andar solo por aquellos oscuros y remotos parajes llevaba para protegerse un bastón estoque, que nunca tuvo que desenvainar…Se contaban leyendas de este cura, como que era padre, literalmente, de dos hijos. Uno pío y otro impío. El primero concordaba con el oficio de su progenitor y el otro con su tronío. Dicen que un día se cruzaron los dos por la calle y el impío saludó al otro con voz sonora: “¡Hola hermano!” El aludido, azorado, negó tal parentesco y dijo “¡No soy tu hermano!”, con lo que el otro armándose de una lógica aplastante argumentó: “¡Cómo que no! si tu y yo somos hijos de Don Antonio el cura ¿cómo no vamos a ser hermanos?”. No sabía dónde meterse, ya que el lance había llamado la atención de algunos viandantes, y ¡nunca más se atrevió a negar sus lazos fraternos!

A Don Antonio lo conocí en casa de Curro que era mi vecino de abajo. Tendría yo seis o siete años y frecuentaba mucho esa casa. Curro era un hombre distinguido que se reunía con amigos en su salón comedor y hacían tertulia. Era una sala más pequeña que grande a la que se entraba por el extremo de uno de los lados mayores, y en este mismo lado había una ventana que daba a un pequeño patio por la que entraba una luz muy escasa. En la pared de enfrente había un aparador con diverso adornos. A fondo a la derecha estaba la puerta de la cocina, y frente por frente, al entrar a la izquierda, una extraña ventana interior que daba a una oscura alcoba, mal iluminada por la pobre luz que le llegaba del comedor.

Habría cuatro o cinco contertulios. Delante de la ventana del patinillo se sentaba Curro ante de la mesa del comedor. Delante de la ventana interior se sentaba Don Antonio, que dejaba la teja sobre el alfeizar, inmediatamente detrás de él. Los otros dos o tres contertulios se distribuían como querían.

El Concilio Vaticano II terminó con tantas cosas…entre las que destacaría las tejas como las de Don Antonio. Ese sombrero-saturno no esa de fieltro liso, sino de peluche, cepillado en un sentido, resultando una superficie mullida, negra y brillante que me producía una fascinación hipnótica…

Aún tengo que referirme a otro personaje, a Lola. Os la podréis imaginar perfectamente porque Lola Gaos era el vivo retrato de la Lola de esta historia. Delgada como ella, sarmentosa, vestida de negro, con un moño o rodete que le salía de la nuca. Lola salía y entraba por la puerta de la cocina como una sombra, y nadie reparaba en ella. Aquellos hombres charlaban risueños y yo andaba por allí, sentado o correteando por aquella habitación.

En una de estas salidas de Lola, atraviesa todo el comedor, sale, entra en la habitación contigua, se sitúa detrás de la ventana interior y por tanto de Don Antonio, coge la teja, se la encasqueta en la cabeza y empieza a gesticular con sus larguísimos brazos como los molinos de Don Quijote ¡a dos centímetros de Don Antonio! ¡¡creí morir!! ¡¡¡estaba aterrado!!! Y todos seguían charlando tan tranquilamente, disimulando prodigiosamente y supongo que ahogados por la risa. El único que no se enteraba era Don Antonio, pero los demás no hacía nada que pudiera delatar a Lola, puede que rieran con más entusiasmo el ingenio del cura, y por ello él se sintiera más alagado.

Pero lo que percibí en aquella ocasión fue el sabor metálico e inconfundible del pánico.