LA PESTE.
Leí en su momento La Peste de
Camus. Y, como es de esperar, me conmovió. Las ratas, los cadáveres
amontonados por todas partes, la ciudad aislada del mundo, cerrada a cal y canto ¡pavoroso!
Muy literario todo. El feísmo en
todo su esplendor.
Pero el caso es que estamos
viviendo una peste mucho más terrible, si nos atenemos a los resultados, con
muy escaso interés literario, con pocas esperanzas de que deje de azotarnos. Ninguna
ciudad en cuarentena ¡el mundo entero en cuarentena! No hay donde salir, lo
abarca todo ¡y sin ratas!
Es decir, sin que haya un vector
propagador conocido. Porque ¿cuál es el vector propagador del cáncer?
¡Pues ni idea!
La gente enferma de tan terrible mal
y ni siquiera se da cuenta. Se suele notar, por lo general cuando ya es tarde.
A veces demasiado tarde. Y la terapia es pavorosa ¡veneno puro!
Parece que no se trata de una
única enfermedad, sino de muchas diferentes, agrupadas todas bajo el mismo
nombre.
Y se trata, parece, de
enfermedades degenerativas por las que una parte del organismo de hipertrofia
desordenadamente tendiendo a producir la ruina del organismo entero.
Una epidemia. Una pandemia.
Que afecta al entorno inmediato
de todo el mundo, cuando no a uno mismo. De la que de salir se sale dejando
mucho pelo en la gatera.
Un verdadero asco. Que siembra el
dolor y la destrucción.
Y todo en términos totalmente
limpios, de total asepsia.
Es una amenaza blanca, transparente,
invisible. Totalmente imperceptible.
Tremendo.
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