MISTICISMO ESFÉRICO.
Hacía tiempo que no cenábamos un
botillo en casa de nuestro amigo Amancio. Y allí quedamos el maestro, Agapo,
Maribel, mi chica y yo. Tras la contundente ingesta sacó el maestro una de sus
guitarras y estuvo cantando parte de lo que ha compuesto con motivo del
centenario del nacimiento de Santa Teresa. Contó que San Juan de la Cruz sacaba
su parte femenina, su alma, que entregaba, enamorada, a Dios. Y que Santa
Teresa, toda ella femenina, se entregaba al varón prodigioso que es Jesús
Crucificado.
A propósito de todo ello dije que
soy muy aficionado al tema del misticismo. Y aunque estoy poco versado en ello,
la idea que tengo del misticismo nada tiene que ver con los arrobos amorosos de
Santa Teresa y de San Juan. De hecho, a trancas y barrancas me estaba leyendo
un libro donde se detalla bastante bien las doctrinas de Ibn Arabí, y dejé esa
lectura porque empezaba con la misma matraca amorosa-divina.
Para mí el misticismo es otra
cosa. Es la sublimación de la metafísica.
Y para mí la metafísica es todo lo
relativo al verbo ser. O sea que cuando se emplea el verbo ser, en cualquiera
de los modos que su conjugación ofrece, se está haciendo metafísica.
Ya en el instituto hablaba Don
Jacinto del "ser en cuanto ser" sin importar lo que las cosas son.
Parece un galimatías, pero la
cosa es fácil. De lo que se trata es de distinguir lo que es de lo que no es.
Pienso que podríamos representar
el mundo en una esfera. Y los puntos de esta esfera son los diversos fenómenos,
que están más o menos alejados entre sí.
Si consideramos a esa esfera
compuesta de esferas concéntricas, la más interna de todas sería un punto. El
centro unido por radios con todos los puntos superficiales.
En la esfera externa los puntos
correspondientes a los diversos fenómenos pueden estar muy alejados unos de
otros. Cuanto más cerca del centro estén las esferas, más cerca estarán los
puntos determinados en esa esfera por los radios, que representan el modo de
ser de cada cosa.
En el centro todos los modos de
ser de todas las cosas se confunden. Las distinciones desaparecen. Lo único que
importa es el ser. Que se es.
Ahí se puede colocar a Dios si se
quiere. Pero hay místicos sufíes que defienden que en ese centro no está Dios,
sino un ser innombrable que carece de cualidades. Al que no hay que adorar ni
rezar ¡porque no se ocupa de nada! Ni, desde luego, de otorgar favores divinos.
Y que Dios estaría en una estera minúscula, cerca del centro, pero que no es el
centro. Sería la primera de las fenomenologías.
En este punto se levantó
indignado e iracundo mi amigo Agapo diciendo, más o menos ¡Vaya un coñazo que
nos ha marcado Tomatito!
Y se levantó la sesión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario