LA ESTÉTICA DEL
TRAMPANTOJO.
Hace unos días fui con mi nieto
Jorge, de 9 años; a ver la exposición de los Wyeth , padre e hijo, en el
Thissen.
Tenía muchas ganas de ir porque
Andrew Wyeth y su famoso cuadro "El mundo de Cristina" eran motivo de
adoración para mi amigo Alberto Vázquez, prodigioso dibujante y pintor nacido
en Nerva en 1935 y fallecido en 1991. Ya desde joven, que era la época en la
que nos tratábamos, tenía fijación por este artista y luego desarrolló una obra
muy consecuente con esa fijación, como se pude ver en su libro "Proceso de
una idea" (Sammer Publications 1990).
A mí me gustan los cuadros
realistas. Y me gusta pintarlos, aunque lo hago poco, uno de ellos es este
cuadro que pinté en Puerto Rico en el 72, que representa un mamey, dos mangos,
o mangós, y unas quenepas.
El realismo a ultranza es misión
imposible, porque trata de crear una realidad que es imposible. Porque un
cuadro es un mensaje referido a un referente y significa por analogía entre
mensaje y referente. Pero esa analogía nunca puede ser identidad en un cuadro.
En otros terrenos sí, pero en un cuadro no.
Voy a contar un caso en el que la
imitación se vuelve realidad:
En una época en la que el "Trío
los Panchos" era muy popular había en México concursos de imitadores.
Llegó el momento en el que el auténtico trío perdió a uno de sus miembros y fue
sustituido por el ganador de un concurso de imitadores, con lo que la copia
quedó convertida en original. Pero con los cuadros no es posible porque las
imágenes suelen tener una escala menor que el original. Y está en 2D cuando la
realidad está en 3D. Y más, porque, por ejemplo, una rana pintada ni croa ni
salta, pero si está filmada hace ambas cosas ¡pero no se pueden comer sus
ancas! O sea, que no.
La cosa cambia si el referente es
bidimensional, es lo que ocurre con muchos trampantojos verdaderos. El caso más
divertido que conozco es el de un dibujante onubense que tenía la afición de
dibujar trampantojos que llamaba "mesas revueltas". Donde había
cartas, naipes, sobres con sellos, papeles quemados etc. Su obra maestra era un
"duro", un billete de cinco pesetas, aquel que tenía un tema
colombino. En el reverso estaba representada la escena de Colón en el
Monasterio de la Rábida. Pero el dibujante en cuestión no se conformó con
dibujarlo tal cual sino que dibujó al navegante y a los fraile muy risueños y empinando
el codo. Enseñaba la obra a sus amigos, causando gran admiración, pero en una
ocasión no la encontraba. Preguntó a su criada si había visto el billete. Y le
respondió que sí que había ido a comprar leche y había pagado con él, y que ni
ella ni el lechero notaron en el billete nada de particular ¡Perdió su obra
pero se revalidó como el imitador perfecto!
Esa estética tan realista da
respuesta a una ardua cuestión:
¿Cuál es la finalidad y el mérito
de un cuadro?
Pues que esté pintado igualito a
la realidad
Respuesta que no me parece
acertada. Pero ¿cuál lo es?
Pues es difícil responder
acertadamente. Sobre todo en la era en que vivimos que es la de la objetividad
y la exactitud. Y en la que se sanciona y cuantifica el valor de los cuadros
por su precio, que puede llegar a ser verdaderamente alucinante.
La gracia del arte no se sabe
donde reside, puede acompañar a una obra realista o a una que no lo sea. Debe ocurrir
con eso como con ese producto químico que permitía a Mr. Hey volver a ser el Dr. Jekyll, que cuando se le terminó y adquirió una nueva remesa y vio con desesperación
que no producía el efecto deseado y le reclamó al droguero, este le respondió
que era lo que le había pedido.
¡Pues no produce el efecto
deseado!
Pues es exactamente lo que me
pidió. A lo mejor tal efecto es debido a alguna impureza.
Posiblemente el efecto artístico de
algunos cuadros lo produce alguna impureza ¡Quién sabe!
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