LOS ZAPATOS MÁS
CAROS.
Hace unos días, en el velatorio
de un queridísimo amigo, estuve hablando con un buen amigo y me fijé en los
zapatos que llevaba. Finos a la vez que firmes. Con dibujos de sacabocados y
pespuntes. Limpísimos y de un bello color marrón ¡un lujo! y me trajo a la
memoria unos que vi en Paris hace una infinidad de años en la calle Faubourg de
Saint Honoré.
En dicha calle, donde está la residencia
del Presidente de la República, que parece vigilada de cerca por las imponentes
embajadas del Reino Unido y de los Estados Unidos, marcadas por sus ondeantes
banderas. También ondea allí mismo la bandera de Colombia, marcando su embajada
¡pero en el primer piso! que el bajo hay tiendas, porque salvo en dichos
edificios tiendas hay en casi todas las casas ¡Menudas casas y menudas tiendas!
En la acera de enfrente de los
citados palacios, y mucho antes de llegar desde la Madelain vi en algún viaje
anterior una zapatería ¡vaya zapatería! La busqué inútilmente en una esquina
que recordaba. Y mira que en la esquina anterior seguía una tienda de ropa
femenina, de floridos vestidos de seda en una fina decoración de paja, como un
exquisito establo ¡pero de la zapatería nada!
Me diréis ¿Pero qué te pasa con
la zapatería?
Pues me pasa que allí vi los
zapatos más caros que nunca había visto ni pude imaginar. De esto hace muchos
años, pero el par valía ¡medio millón de pelas!
Pero claro si comprabas dos pares
no te costarían un millón ¡es un consuelo! sino 30 ó 40 mil pesetas menos. No
era un descuento, sino que no te cobrarían dos veces lo moldes de tus pies, o
de tus piernas, necesarios para construir semejantes obras de arte.
También había botas de media
caña. Algo más caras que los zapatos, pero no mucho más. Me decía un amigo hace
años lo que valía un violín strardivarius ¡una pasta!-¿y un violonchelo?
-Hombre, más o menos lo mismo ¡pero te quedas más a gusto!
Una cosa es el valor y otra el
precio ¡y aquellos zapatos los valía! O sea que me pareció que costaban lo que
valían. Porque tenían una piel irisada de color indescriptible, opalino, como
de jade.
Es que el umbral de lo óptimo es
muy bajo. A esos zapatos no les pasaba nada muy llamativo. Les pasaba a todos
los demás zapatos, que quedaban mucho peor que esos. Aunque fueran unos zapatos
del copete. Porque los del copete se ven ostentosos y esos no. Esos se veían
chulos, pero no ostentosos.
A mí no me
deslumbra lo carísimo ni lo exclusivo, por lo general me la pela. Paso de bizquear
en temas de bugatis, de yates y de palacios porque los encuentro ordinarios. De
los cuadros el precio no me interesa ¡no pienso comprar ninguno! Están los míos
sin vender no voy a comprar otros, ese cuadro de Gauguin que está o estaba
provisionalmente en el Reina que dicen que es el más caro del mundo ¡pues muy
bien! a mí me da lo mismo. Paso de ver gemas reales en los museos.
Pero tengo
que reconocer que esos zapatos se me clavaron en la memoria.
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