Este post se lo dedico a mi nieta Elia.
EL GENIO EN LA
BOTELLA.
Estos días estuve redactando un
texto para el catálogo de una exposición que se hará en diciembre, creo, con
obras del Centro de Cálculo y estuve contando lo que me acordaba de aquello.
Y contaba mis recuerdos de aquel
ordenador gigantesco. Sus unidades que eran como grandes armarios con luces de
colores que se encendían y se apagaban, de entre ellos destacaba la lectora de
cintas con dos grandes bobinas que giraban en un sentido y en el contrario. De
una de esas, ya anticuada y fuera de servicio, hizo el gran artista Lugán un
extraño robot que tenía una antena interior mediante la cual detectaba la
presencia de espectadores, a los que solía recibir con gruñidos.
Para no meter el cuezo sometí a Rafol,
que es mi informático de cabecera, dicho escrito y le formulé unas preguntas
acerca del mismo, para ver si estaba yo en lo cierto. Y resultó que estaba más
o menos, pero me había quedado corto, porque decía que aquel monstruo que
ocupaba toda una planta de un edificio bastante grande tendría una memoria
igual o menor que la de un ordenador doméstico. Y ¡nada de igual! mucho menor. Y
menor aún que cualquier teléfono móvil. Y es que seguramente los datos no los
guardaba en la memoria sino en la cinta de la famosa lectora, antes aludida.
Decía yo también que aquellos
ordenadores gigantescos carecían de muchas cosas que cualquier modesto
ordenador actual tiene, porque carecían de monitor, de escáner y de imágenes
fotográficas. En esto también me quedé corto, porque aquellos enormes
ordenadores no tenían más dispositivo de entrada que el de las tarjetas
perforadas, que un perforista preparaba en una máquina perforadora, que era
bastante grande. Y es que aquel monstruo tenía algo de moviola o de organillo.
El caso es que ¡tampoco tenían teclado ni ratón! ni ningún dispositivo de
memoria para almacenar nada, ni disco duro ¡ni siquiera disketes!
Pero el procesador que ejecuta
las instrucciones era básicamente igual que el actual, aunque mucho mayor y más
lento.
De todo esto saqué una moraleja.
Y es que aquel genio gigantesco y poderoso era como el del cuento de las Mil y
una Noches, aunque algo diferente, porque mientras el del cuento estaba
comprimido vivía en un estado de impotencia, y desarrollaba todo su poder cuando
estaba expandido, con a los ordenadores pasa todo lo contrario, porque si bien los
ordenadores gigantes tenían un poder muy grande, los ordenadores comprimidos
dentro de su estrecho envase ¡tienen un poder mucho mayor! O sea, que dentro de
su botella son mucho más poderosos. Ergo el tamaño importa, solo que al
revés de lo que se piensa.
Una vez más queda demostrado que David
le gana a Goliat. O que el pez chico se come al grande. O que los hijos les
pueden a los padres. Lo cual no deja de ser un consuelo y una satisfacción,
porque indica que se progresa adecuadamente.
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