EL ESPÍA BONDADOSO.
Gracias a un espía estoy vivo.
No quiero decir por eso que en
caso contrario hubiera muerto.
Lo que quiero decir, y digo, es
que si estoy vivo es gracias a un espía.
Y que en caso contrario, de estar
vivo sería por otro motivo.
Nací en Huelva en el año del hambre,
en 1940. Aquello debió ser la muerte. La escasez debió ser casi absoluta. Y la supervivencia de los recién nacidos ¡verdaderos milagros!
Trabajaba mi padre en el Puerto
de Huelva. Y entre este puerto y el de Ayamonte había mucha relación. Y ente
este y el de Vila Real de Santo Antonio en Portugal también la había. El
caso es que mi padre tenía un compañero y amigo en el de Ayamonte que a su vez
era amigo del vicecónsul honorario del Reino Unido en ese puerto portugués. Y enterados de
mi nacimiento decidieron facilitarme la vida, este último le facilitaba al
anterior leche en polvo de dieta infantil, que este enviaba a mi padre y que
terminaba por ingerirla yo. Y así transcurrió no sé cuánto tiempo ¡ yo chupando
del bote!
Por fin un día vicecónsul pasó una
gran remesa de latas de leche con un mensaje que, más o menos, venía a decir
que ese era el último envío porque habían descubierto que era espía de los
aliados y lo expulsaron de su cargo por ese motivo.
A mí esta feliz circunstancia,
trivial en el fondo, siempre me había resultado emocionante y romántica. Y el
otro día me acordé y se la conté a mis nietos. Que, como esperaba, les gustó
mucho.
¡Pues ya veis! Gracias a un espía
estoy vivo.
¡Y mami!
¡Y nosotros también!
Dijeron.
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