HORROR A LA MUERTE.
Parece bastante lógico tener
horror a la muerte. Pero está mal. Porque no se puede estar incondicionalmente
en contra de lo inevitable.
Y no solo porque sea inútil sino
porque vivir bajo la presión de una amenaza constante es horroroso.
A mí la muerte siempre me ha
fascinado. Siempre me han parecido los cementerios mágicos y misteriosos,
porque son albergues de los muertos. Recuerdo que de niño iba algunas
veces con otros niños a ver muertos. Una
vez en una casa particular en la que había un velatorio. Y otras veces al
depósito del hospital provincial. No era por maldad sino para satisfacer una
curiosidad potentísima. Ahora, por lo general evito ver los cadáveres de amigos
o de familiares. Lo he hecho tan solo un par de veces y ha sido, venciendo una
natural resistencia, como para rendirles un particular homenaje. Como para despedirme,
siendo como es un gesto inútil.
Una persona muy querida sufrió
durante gran parte de su vida ese horror a la muerte. Nunca "vio a un muerto",
salvo a su propio padre y porque creía que aún estaba vivo. Ni visitaba el
cementerio. Ni quiso que la enterraran. Ni que sus cenizas fueran depositadas
en una tumba o en un nicho. Y sus cenizas fueron, cumpliendo su voluntad,
esparcidas en las aguas de la desembocadura del río.
Cuánto debió sufrir cuando dijo
que sentía que estaba "en la recta final". Creo que nunca llegó a
aceptar de buen grado que llegaba al final de su vida. Cuando hablaba de que habría
de morir yo le decía ¡Pues claro, como ese, como el otro, como yo, como todos!
Eso no es malo, ni bueno. Simplemente es así.
Hay una advocación divina muy
curiosa: Jesús de la Buena Muerte. No se espera de Jesús que libre a sus
devotos de la muerte, sino de una mala muerte. Porque la muerte no es lo peor
que puede ocurrir a una persona. Es malo morir mal y deseable morir bien.
Mucho peor que morir es vivir
demasiado porque eso produce grandes incomodidades al interesado y a los de su
entorno ¡Hay que vivir lo justo! Más o menos, que en eso la exactitud no viene
al caso.
El trance de morir no debe ser
tan malo. Lo comentaba con mi amigo Agapo. Y le decía que ni siquiera en las fotos de gente muerta violentamente, que se ve en el periódico, se aprecia que tenga semblante
aterrorizado, sino de tranquilidad, como de estar en un plácido sueño ¡Pues no!
me dijo, porque en los ejercicios espirituales que teníamos que hacer de niños
decía el cura que un niño buenísimo que una noche cayó en la tentación de
meneársela y que durante esa noche se murió. Lo encontraron a la mañana
siguiente con una horrible mueca que indicaba que había caído en el infierno al no haber tenido ocasión de confasarse ¡Lleva
razón mi amigo!
El inicio del mes de Noviembre
está marcado por la fiesta de los muertos. Y desde hace pocos años ha arraigado
febrilmente la bárbara y estúpida fiesta del Halloween en nuestro país, cuando aquí no se tenía ni noticias de semejante costumbre gringa. En esa fiesta no se hace referencia a ningún muerto en particular, familiar o amigo, sino a la horrible y asquerosa iconografía mortuoria,
como diciendo que esto no va conmigo y puedo burlarme de ello.
Prefiero la tradicional fiesta de
Difuntos y de Todos los Santos en la que se adornan con flores tumbas y nichos ocupándose
la gente de sus familiares fallecidos. Pero no deja de ser triste porque se acentúa el hecho de que las personas agasajadas ya están muertas.
Pero la celebración de esta
índole que más me gusta, cosa que imagino porque nunca la he visto, es El Día
de los Muertos que se celebra en México, en la que los parientes vivos se van a
festejar con sus muertos, a comer, a beber, a emborracharse incluso y a reírse
con ellos, no de ellos ni de la terrible circunstancia que les afecta, y supongo que en torno a los enterramientos se hagan tertulias en las que se refieran a los buenos ratos pasados con el difunto, en las que salvo este, participen todos, y si el muerto era de natural callado a lo mejor ni se nota que no tome la palabra.
Esto de la muerte es sin duda un grave asunto en el que debe estar excluido el miedo. Y en el que debe predominar el cariño y la simpatía por los familiares y los amigos difuntos, dado que entre la gente decente se hace todo lo humanamente posible por retrasar con decencia un trance que, por lo demás, es inevitable.
2 comentarios:
Qué buen post, Maestro.
¡Muchas gracias!
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