AGGIORNAMENTO.
Hace unos días fui al médico. Nada serio, la "ITV" de turno.
Esperaban tres damas, que
entraron cuando salí, pero que mientras atendían al paciente anterior tuve
ocasión de observar detenidamente y disfrutar de ello.
Dos de ellas eran monjas porque
iban vestidas con hábito. El atuendo de
la tercera era prácticamente un hábito. Blusa, un poco traslúcida, y falda
amplia. Ambas prendas tenía colores abarquillados muy parecidos a los del
hábito de las otras dos.
Las tres llevaban pequeñas cruces,
griegas, de madera, como taruguitos, colgadas con cordoncitos, más bien
cuerdecitas, del cuello. Las de hábito llevaban cofia y cíngulo reglamentarios, la otra no.
Una de las monjas era una matrona
mayor, de aspecto agradable que calzaba sandalias. La otra monja, más joven y menuda, tenía carita de pájaro y calzaba zapatos. me pareció
que era la paciente porque fue la que contestó más determinadamente cuando el
médico la llamó, aunque las otras dos también contestaron.
La tercera es la que más me
llamaba la atención. Siempre la veía casi de espalda y me fijé,
sin la menor malicia, en que su traslúcida blusa dejaba ver el arnés del sujetador, que llevaba, inusualmente, muy alto, porque no estaba más o menos por debajo de las
escápulas como es lo habitual, sino por encima de la mitad de ellas.
Conversaban muy animada y
alegremente a propósito de las imágenes de una tablet que esta última mostraba
a las otras dos, por lo que me pareció que mostraba una "modernidad"
que contrastaba con el ambiente religioso que suele ser proverbialmente arcaizante.
Pero lo más chocante de todo es
que esta dama tenía tatuado por encima de uno de sus talones, un pez
esquemático, como los que designaban a los primeros cristianos en época del
Imperio Romano.
Desplegaba un trenzado
cronológico entre lo arcaico y lo moderno que me tenía fascinado.
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