RIVALIZAR CON DIOS EN
COLORES.
Hace tiempo que me leí por
primera vez uno de los libros que más me han gustado. Se titula "Hombres y moléculas" de Carl
R. Theiler. Trata de divulgación científica relativa a la química industrial.
Me interesé en ese libro porque explica muy bien el origen de los colores
sintéticos, que se produjo a mediados del siglo XIX.
Hay que tener en cuenta que ese
es el siglo en el que Mary Shelley escribió la novela "Frankenstein o el moderno prometeo". Es la época en la
que gallardamente el hombre se revela y quiere rivalizar con Dios. No tanto
soplando sobre una figura de barro para darle vida, como restituyendo vidas destruidas
por la muerte.
Uno de esos sabios en la sintonía
de Frankenstein es el químico alemán August Wilhelm Hofman, director de The
Royal College of Chemistri en el Reino Unido. cargo que desempeñó brillantemente, hasta que se volvió a Alemania en 1865 para participar en la naciente industria química
alemana. Investigó con anilina, subproducto del alquitrán de la hulla, que a su
vez es el residuo de ese carbón mineral después de habérsele extraído el gas
del alumbrado. Hofmann dijo muy significativamente:
"Se me
pregunta si estas sustancias pueden ser de alguna utilidad. He de confesar que con ellas no puede teñirse calicó ni puede
curarse ninguna enfermedad conocida. Pero confío
en que con el tiempo lograremos incluso estas cosas"
Porque el carbón de piedra no es
una piedra cualquiera. En el sentido de que no ha pertenecido desde siempre al
reino mineral. Sino que alguna vez perteneció al reino vegetal, que como el
animal es un reino vivo. Eso lo tenían claro Hofmann y los sabios de la época.
De modo que la química orgánica, también llamada química del carbono es la
química presente en los seres vivos. Y sintetizando esas piedras que antes
estuvieron vivas querían lograr, y de hecho lograron, sustancias que antes tan
solo podían producir los seres vivos. Pensarían que la muerte no las habrían
matado definitivamente, sino que de algún modo podrían estar vivas como la
Bella Durmiente, y que no habría que perder la esperanza de lograr despertarla
algún día, por lo menos parcialmente.
Y de aquellos planteamientos
teóricos produjeron una realidad industrial de un enorme valor económico: la
fabricación industrial de tintes que anteriormente tan solo podían obtenerse a
partir de plantas o de animales. Los tintes tienen mucha importancia, porque la
Revolución Industrial nació, no se olvide, en torno a la fabricación de
tejidos, y estos tienen que ser teñidos en su inmensa mayoría.
Quien resultó ser iniciador de
esa revolución industrial cromática fue William Perkin, discípulo de Hofmann.
Estalló esa revolución en 1856 cuando
William Perkin, tenía tan solo 18 años, trabajando con anilina en el
laboratorio, que se había construido en el patio de su casa, obtuvo un residuo
violeta muy llamativo, que llamó MAUVERINA, con el que tiñó tiras de tejido de seda,
que luego expuso a la influencia del sol, resultando muy estable. Con gran
tenacidad impulsó su invento, alcanzando un éxito enorme, como indica que aquella
época fuera conocida como la "Década Malva" como indica que en 1868
la Reina Victoria fuera vestida de malva a la boda de su hija, así como la
emperatriz Eugenia, esposa de Napoleón III.
Se produjo una actividad
frenética en el sector de la química industrial. El propio Hofmann, que había
sido crítico con la orientación mercantilista que su discípulo, produjo dos
famosos colores, el violeta Hofmann y el Verde Nilo.
La fiebre pasó a Francia, donde
Emmanuel Vergin inventó la ALIZARINA, derivada también de la anilina con la que
fabricó un tinte que llamó fucsina, porque era parecido al color de una flor
llamada fucsia. El progreso fue claro porque el rojo es un color mucho más
importante que el violeta.
Tras lograse esos colores
totalmente artificiales se emprendió un camino muy realista: descubrir la
estructura química de los colores naturales para poder producirlos
artificialmente, de modo mucho más barato.
El rojo tradicional se obtenía de
la alizarina que se extraía de la raíz de la rubia, que es una planta que con ese
fin se cultivaba masivamente. Los químicos alemanes Grabe y Liebermann se
pusieron manos a la obra para desvelar ese secreto natural, tratando alizarina
con polvos de cinc y descubrieron que la alizarina se podía derivar del
antraceno, que también puede obtenerse del alquitrán de la hulla. Perkin
desarrolló el método para producir alizarina sintética y en pocos años se
liberaron 150.000 Ha. dedicadas al cultivo de la rubia para cultivar trigo.
Luego le tocó el turno al ÍNDIGO,
que es el más importante de de todos los tintes ¡es el color de los pantalones
vaqueros! A cuya producción estaban de dedicadas enormes plantaciones en
Bengala. El químico suizo Karl Heumann descubrió que podía sintetizarse a
partir de la naftalina, también derivada del alquitrán de la hulla.
El alemán Paul Fiedländer le puso
proa al PÚRPURA, el mítico tinte de las togas de los emperadores romanos, para
lo cual empleó 12.000 cañaillas, o caracoles marinos más finamente llamados
múrice. Extrajo tan solo 2 gramos. Pero tuvo suficiente para poder averiguar
que la estructura química era muy parecida a la del índigo. La diferencia está
en que en el índigo por oxidación con el aire se produce azul, mientras que en
el múrice moléculas de bromo del agua produce púrpura.
Ni que decir tiene que todo el
índigo que se utiliza hoy es sintético. Podría ocurrir que el tan admirado
color púrpura se pudiera producir masivamente, pero no se hace porque tanto el
púrpura imperial como el sintético son colores inestables y palidecen con
facilidad, por lo que se recurre a otros rojos más estables e igualmente bellos
¡aunque esto es algo que me gustaría comprobar personalmente!
Ahora se impone una aclaración.
Lo explicaré mal para que se
entienda bien (de otro modo no podría hacerlo).
Como es sabido la percepción del
color se debe a la reflexión parcial, total o nula de la luz que inciden sobre
los objetos, de modo que si objeto refleja toda la luz que recibe se percibe
como blanco. Si la absorbe toda se percibe como negro. Si absorbe una parte
refleja la que no absorbe, de modo que si rechaza ondas largas se verá rojo, o
naranja o amarillo, depende de lo largas que sean, si rechaza las ondas medias
se verá verde y rechaza las cortas se verá azul o violeta.
Pero eso ocurre tan solo en la zona
llamada "espectro visible" comprendida entre 1/40.000 y 1/70.000 mm.
Pero si ocurre fuera de esa zona ¡ni nos enteramos! de modo que veremos de
color blanco lo que otros seres podrían
ver de otro color ¡algo que es totalmente inimaginable!
O sea, que vemos el efecto de la
energía rechazada ¿pero qué pasa con la absorbida? ¿para qué la quieren las
sustancias que la absorben? ¡Pues para irse de parranda!
Veamos: los electrones de la
órbita más externa de los elementos pueden estar en dos, digamos, subórbitas.
Una de tranquilidad y otra de excitación. Es decir que están tranquilos o están
excitados. Y estarán tranquilos si carecen de la energía "que les
pone", y excitado si disponen de ella. Y si reciben un paquete de energía
hacen uso de la que les gusta y rechazan el resto. La energía deseada no es la
misma para todos, por eso unos absorben unas y otros otras, y de ahí los lindos
colores que tienen las flores en la primavera.
¿Qué pasa con la anilina? Pues
que no "le pone" ninguna energía del espectro visible. Si lo hace
alguna fuera de esa zona del espectro ni lo sabemos ni lo podemos saber, pero
está claro que las energías capaces de excitar le rondan, de modo que por
pequeñas alteraciones provocada por reacciones con elementos químicos como una
oxidación les meten de lleno en la zona dominada por el ojo humano.
Durante esa segunda mitad del XIX
y principios del XX se patentaron una infinidad los colores sintéticos.
Entre 1877 y 1914 se distribuyeron solamente en Alemania 10.000 patentes en las
que se describen 50.000 colorantes diferentes. En aquella inmensidad pasó
desapercibido un rojo rubí producido por la casa Bayer de Leverkusen llamado
PRONTOSIL. En realidad camuflado cromáticamente se había colado un poderoso antiséptico,
debido al químico Gerhard Domagh quien lo había probado con éxito en ratas y
conejos infestados a propósito con estreptococos. Pero por desgracia enfermó
gravemente de esa infección una niña hija del propio Domagh, quien aterrado se
atrevió a inyectar a su propia hija una dosis masiva de su tinte rojo ¡y la
niña sanó!. Con lo que se cumplió el presentimiento de Hofmann al principio de
ese proceso:
"Se me
pregunta si estas sustancias pueden ser de alguna utilidad. He de confesar que con ellas no puede teñirse calicó ni puede
curarse ninguna enfermedad conocida. Pero confío
en que con el tiempo lograremos incluso estas cosas"
Porque no solo se desarrolló una
extensísima gama cromática artificial sino que además se abrió paso a las
sulfamidas, que antes de la aparición de los antibióticos sirvieron para salvar
muchas vidas.
1 comentario:
¡Qué maravilla, Tomás! Hacía mucho que no venía por tu blog, menos mal que lo he hecho. Mercedes
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