EL MONO DE ALGODÓN.
Sé lo que es entrar en una
farmacia en estado de ansiedad para calmar una dependencia con el ánimo
alterado.
Me pasaba hace unos cuarenta y
cinco años cuando me operaron de un oído. Se me había soldado el estribo a la
platina al final del oído medio y me lo apañaron.
Antes de la operación yo creía
que oía bien, perfectamente no, pero si no hubiera sufrido reproches constantes
al pedir que me repitieran algo ¡nunca me hubiera operado!
Vivía en un piso interior en
Clara del Rey que daba a un enorme y luminoso patio. De aquel piso me
encantaba, sobre todo, lo silencioso que era.
Salí de la Concha con mi alta un
domingo por la mañana a eso de las once. Hace cuarenta y cinco años, y a lo
mejor ahora también, en esa plaza un domingo por la mañana a las once el
silencio era total ¡Eso me creía yo! Porque aquella mañana el ruido de los
coches era estruendoso.
En el periodo postoperatorio
tenía que seguir algún tratamiento como ponerme una inyección de vez en cuando.
Salí una tarde de mi casa y me dirigí a la calle López de Hoyos, paralela a la
mía, por una perpendicular a ambas. Cuando me iba acercando a dicha calle, que
tiene un tráfico endemoniado, y estaba a punto de alcanzarla ¡era tal el
estruendo que volvía a casa sin la inyección!
Mi casa no era tan silenciosa
como creía, y el ruido en general era tan insoportable que cuando salía a la
calle buscaba ansioso una farmacia para hacerme del remedio indispensable.
¿Qué sustancia poderosa buscaba
ansiosamente?
Algodón.
De modo que llegaba a la farmacia
desencajado y pedía un paquete de algodón. Con el que me atascaba bien la oreja
para que me resultara llevadero el estruendo cotidiano.
Ya no lo necesito. No es que no haya
ruido ¡hay más aún! pero, como todos, me he acostumbrado ¡menuda capacidad de
adaptación! Pero la procesión irá por dentro. Aunque no vayamos a creer que no
hace efecto ¡lo hace! Debemos tener el alma y el cuerpo machacados con tantas
agresiones que ni notamos, pero que seguramente nos van consumiendo.
¿Por qué me he acordado ahora de
esto? Porque estos días ando padeciendo una lesión en una muela en la que se me
había instalado una colonia de bacterias que han tenido que desahuciar por la
vía violenta ¡Cómo algo tan pequeño puede producir dolor tan grande! Claro que
pequeño respecto a mí, no respecto a las bacterias que en el interior de mi
muela disponían de una colonia inmensa que al ser descubierta desprendió hedor
a metano, el gas de los pantanos. Y mientras que cicatriza tapa el hueco con
bolitas de algodón.
Al rato de salir del dentista se
me cayó una de esas bolitas ¡que agobio! De modo que impulsado por un viejo instinto
corrí a una farmacia abrumado por mi mono de algodón.
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