LA VERBENA DE LA
PALOMA.
Después de casi sesenta años de
vivir en Madrid por fin se nos ocurrió ir anteayer a la Verbena de la Paloma
¡Sensacional! Más gente que en la guerra. Pero, claro, como no fui antes no he
podido comparar.
El circuito festivo comprende muchas
calles del Barrio de la Latina y ¡cómo no! la calle y la plaza de la Paloma! La
imagen que tenía era la de la música y la iconografía de la famosa zarzuela
¡pero nada de eso! Porque lo que me resultó más llamativo fue lo propiamente
del emplazamiento, el Barrio de la Latina.
Ya se sabe que el nombre del
barrio es relativo a Beatriz Galindo, famosa escritora, humanista y también
maestra de latín y de gramática de la reina Isabel la Católica, apodada
"La Latina". Pero aquí se ha producido una afortunada polisemia.
Porque dada la población que se puede observar verdaderamente se trata de un
barrio latino.
Porque ¡poco chotis! y mucho reguetón.
Mucha bachata y mucha salsa ¡y mucho hispano! entre el público asistente y
entre los currantes de la infinidad de chiringos con tremendas barbacoas y
peroles gigantescos donde se fríen los entresijos y las gallinejas, que eso sí
que son firmes arraigos madrileños.
La latinidad la llevábamos
puesta, porque íbamos dos parejas: Berni, que es dominicana y Pedro que es
segoviano pero que ha ejercido de cura por Latinoamérica, aunque al final se
"salió" y contrajo matrimonio y nosotros dos, que también tenemos
nuestro punto hispanoamericano, puesto que vivimos tres años en Puerto Rico.
Pero el caso es que el primer
destino parroquial de nuestro amigo fue precisamente la Iglesia de la Paloma. O
sea ¡que perfecto!
El caso es que los fachas ¡NPI!
"¡Qué va a pasar cuando
vengan masivamente los latinos...!"
¡Pues ya han venido! Y no ha
pasado nada.
Nada malo y mucho bueno, porque
han traído su alegría, su ritmo y su buen rollo que nos ha venido dabuti!
Eso no produce
transculturización alguna, sino enriquecimiento cultural. Que por otra parte es
muy propio del casticismo madrileño, que de siempre ha sido inclusivo y nunca
excluyente, como prueba que el más arraigado casticismo es el de los "manolos" que son los castizos de Lavapiés. Y mira por cuantas
resulta que Lavapiés era la judería de Madrid.
Bajo los festones que figuran
mantillas y mantones de colores colgados entre las farolas, un ruido descomunal
de música, pregones, risas y alegre griterío. Lo pasamos divinamente.
Y lo mejor de todo es que, en
cierto modo, se puede viajar en metro al Caribe y a todo el continente
americano y disfrutar de su gente y de esta cultura compartida.
Y es que nos han devuelto la
visita. Y, a pesar de lo que digan los seguidores de la Leyenda Negra, de este
confín suroccidental europeo se ha llevado al continente americano mucho bueno,
y dichosamente nos están correspondiendo ahora.
Ya no exportamos curas y monjas a
las Américas ¡los importamos de allí! Y sobre todo importamos gente de a pie.
¡Y es un gusto!
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