PINTA ESTOICISMO.
En el párrafo 1 del libro XI de
las MEDITACIONES de Marco Aurelio se
puede leer:
"...nada nuevo verán los de después de nosotros, sin que en cierto
modo un hombre de cuarenta años, tenga la inteligencia que tenga, ha visto lo
ya acontecido y lo que ha de acontecer por mor de su mismo aspecto... "
Hace mucho que leí esto, y me
llamó la atención que efectivamente nada nuevo había visto tras cumplir
cuarenta años. Pero ahora, a punto de cumplir el doble he visto, o mejor dicho,
estoy viendo algo nunca visto ni conocido hasta ahora. Me refiero al confinamiento decretado por mor de la cuarentena de
este coronavirus.
Ver no es la palabra, porque no
veo nada. Miro por la ventana y veo la calle vacía. Pero eso ya lo había visto
muchas veces.
Sé, lo estoy sabiendo por los
diversos medios de comunicación, que estamos sufriendo un enclaustramiento en
nuestras casas muy riguroso debido a una pandemia de un virus muy contagioso. Y
que si uno no pone pie en pared se llevará por delante a una infinidad de
personas.
Eso es nuevo.
Tanta gente encerrada como
conejos asustados en sus madrigueras es algo de lo que no tenía noticia.
Eso, según tengo sabido, no
ocurría ni en la guerra.
Me contaba mi amigo y colega José
Luís Gómez Perales, magnífico pintor, que era mayor que yo, que durante la
guerra en Madrid la gente salía a la calle porque el peligro no era permanente
ni ininterrumpido. Y que él que vivía cerca del Cuartel del Conde Duque sabía
que bombardeaban desde el Cerro Garabitas, en la Casa de Campo, el edificio de la Telefónica. Que los
proyectiles pasaban volando por encima de su casa y que se podía ver por humos
y llamaradas si había hecho blanco o no. Y que una vez un proyectil desviado se
había colado en el hueco de escaleras de su propia casa y que milagrosamente no
había estallado.
El domingo pasado estuvieron
cerrados los puestos del Rastro de Madrid y eso nunca había ocurrido ni durante
la guerra.
Como nunca se suspendieron la
Fallas ni la Semana Santa en Sevilla y en toda España, ni la Feria de Abril.
En la terrible epidemia de gripe
del 18 tampoco estuvo prohibido salir a la calle. Tengo un terrible testimonio
directo de aquello, que no pude conocer en directo, porque nací en el 40, pero
mi querida madre sí, que había nacido en el 10 y en el 18 tenía 8 añitos y
plena capacidad para observar y dejar grabado en su mente esos recuerdos. Me
contaba que se veían correr por la calle a pares de hombres que portaban cadáveres
en parihuelas y como existía la
convicción que el único remedio a mano era el coñac pues que aquellos
portadores abundantemente tratados con el mencionado antiséptico iban dando tumbos.
Veo perfectamente acertado que
mientras deje de escasear el test de diagnóstico se meta a cada mochuelo en su
olivo para que no pase la que pasó en el 18.
Pongo un ejemplo: en mi casa
somos dos. Como no presentamos síntomas es presumible que no estemos infestados
y si no salimos es muy probable que salgamos de esta indemnes. Y algo parecido
pasará con nuestras hijas que son cuatro en cada de familia, y no parece que
sean necesarios hacer test. Ergo ¡chapeau!
Ya no es lo mismo en las
residencias de ancianos, donde viven muchos y donde entran y salen sanitarios
que fácilmente pueden ser portadores. Y no es que me malicie lo que pueda pasar
¡ha pasado! Ergo es más que evidente que no se puede estar sin poder
identificar a los portadores ¡de cajón! ¡hay que darse prisita en conseguir test suficientes!
La conclusión es que ¡hay que
seguir encerrados como conejos! Frase esta también de mi querida madre.
Y que esto es una novedad
histórica que si siquiera el gran estoico pudo prever.
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