Salterio Online

Bienvenidos al blog de Tomás Garcia Asensio también conocido como Saltés. Los que me conocen sabrán de que va esto, y los que no, lo irán descubriendo...

jueves, 31 de marzo de 2011

La triste realidad.

Este post nº 211 del Salterio se lo dedico a Ángela, que los echa de menos.


HORROROSO.



Vivimos en un mundo tan enloquecido que estoy asustado.


Parece que no ha pasado nada. Y están pasado cosas terribles:


Cuando aún seguimos sumidos en un tremendo colapso económico, tenemos una nueva guerra en la puerta de casa, en la que también estamos involucrados y un desastre nuclear, cuyos ecos noticieros se apagan, porque cuesta mucho permanecer en portada, pero cuya gravedad crece hasta extremos incalculables.


Todo esto tiene un denominador común: vivir por encima de nuestras posibilidades. Porque al necesitar muchas cosas para usarlas y tirarlas rápidamente se requiere mucha materia prima ¡y mucha energía!


La energía masiva sale principalmente del petróleo y de vender el alma al diablo. Es decir, de la energía nuclear.


El petróleo sale en una importante proporción de un desierto islámico sometido con el que occidente tiene un entendimiento funcional.


Pero ¿qué coño ha pasado con Libia?


Pues que Gadafi reprime brutalmente a su pueblo que se ha revelado. Y como, aparentemente, los rebeldes no pueden ganar reciben ayuda exterior en forma de bombardeos que están hundiendo al país ¡pues con amigos así no se necesitan enemigos!


Y se pretende que es una ayuda humanitaria y desinteresada, en la que el petróleo no tendrá nada que ver, puesto que ni se menciona. Y en la que, no se olvide el detalle, nuestro estado participa con el asentimiento general.


En Japón ha pasado lo que, más pronto o más tarde tenía que pasar ¡y que volverá a pasar, posiblemente! Y se está dando el sarcasmo horroroso de que habitantes de Fukusima huyen a refugiarse a Hiroshima. Luego ¡no hay que desanimarse! Porque puede que llegue el día en que Fukusima sea un refugio seguro.


¿No es para estar asustado?




domingo, 20 de marzo de 2011

El señor de los anillos.


EL TEMOR DE ESTAR BAJO LA POTESTAD DE UN HOMBRE MALO.

La historia que voy a contar data de hace unos 65 años, cuando yo tendría entre cinco y seis. Pero la recuerdo perfectamente, como si hubiera ocurrido ayer mismo.


Resulta que me regalaron un anillo de oro, de esos de sello con mis iniciales. Yo estaba encantado con el regalo, me lo quitaba, me lo ponía, se lo prestaba a mis amigos para que se lo probaran, y me decían mis padres ¡que lo vas a perder!


Al poco tiempo engordaron mis dedos y ya no me podía sacar el anillo. Ni dándome jabón, ni de ninguna manera. Tropezaba en la arruga de la articulación y resultaba imposible. ¡Pues hay que cortar el anillo! Dijo mi madre.


Pero ¡cómo lo van a cortar! Pensé yo que estaba convencido que los metales eran absolutamente duros y resistentes por lo que era imposible cortarlos. Estaba yo al loro de las conversaciones correspondientes y la situación resultaba cada vez más inquietante, porque pernsaban acudir a un hombre malo para cortar el anillo. Eso decían, porque “le daba mala vida” a su mujer. No pude averiguar los pormenores de su conducta, pero lo que más me extrañó era que decían que su sufrida esposa encima lo adoraba o algo así ¡pero, cómo es posible! Lo suyo sería que lo rechazara y si no podía que huyera, pensaba yo.


Y en cualquier caso resultaba muy inquietante que me pusieran en manos de un individuo así. Que tenía una sierra capaz de cortar metales, con la que iba a cortar el anillo que estaba ya hundido en uno de mis dedos. Es decir que sobresalía la carne del dedo, francamente no resultaba muy tranquilizador porque antes de llegar al metal tenía que pasar por mi dedo. Pero por otra parte comprendía que si el dedo seguía engordando, al tamaño de los dedos de los adultos y el anillo que no cedería… ¡no quería ni pensarlo!


Recuerdo perfectamente cuando nos encaminamos a afrontar la dura prueba. Aquel hombre vivía en la calle Onésimo Redondo, hoy Doctor Plácido Bañuelos de Huelva. En la acera de enfrente de la parte trasera del colegio francés y del de los maristas. A la puerta de esa casa y a las otras contiguas se accedía por un altillo, que creo que ya no existe, ni tampoco aquellas casas.


Sentía curiosidad por ver a ese hombre. Y sí que daba el tipo. Era serio, delgado, no muy alto, y con un cierto aire de artista de flamenco. Sus patillas eran grandes y sus botas finas con tacones altos. Nos sentamos. Me dijo que le enseñara la mano, que con la palma hacia arriba sujetó por un par de dedos y empuñó una segueta. Nunca había visto una herramienta así. El arco tensaba el fino y poderoso pelo de sierra. Con el que suavemente rozaba mi dedo, pero que iba penetrando en el anillo ¡que quedó cortando en unos pocos segundos!


De aquel episodio no recuerdo nada más. Pero se me quedó grabado algo que había experimentado por primera vez: ¡cuan engañosos pueden llegar a ser los prejuicios! Por lo que desde hace mucho tiempo procuro no guiarme por ellos.





domingo, 13 de marzo de 2011

Negras historias del Nuevo Mundo.

Este post nº 209 del Salterio se lo dedico a Bernarda y a Pedro.
PEDRO EL EXCURA.


Hoy os voy a hablar de otro amigo de postín. De Pedro que fué cura y como tal testigo, cuando no protagonista, de historias alucinantes en el Nuevo Mundo. Luchador a fondo contra el infortunio de los humano ha perdido tan solo uno de sus dos hábitos, el de vestir, porque el otro, el de ayudar a la gente aún lo tiene en pleno uso. Ahora está casado con una bellísima dama dominicana. Y tienen un hijo licenciado universitario y una hija que está en ello.

Creo que empezó a ejercer en Brasil, en el Mato Groso en una localidad remota condicionada por un extraño personaje, que llegó a ser alcalde, y al que se le atribuían 20 o 30 muertes. Había una leyenda según la cual no podría ser abatido más que en un puente que había en aquel pueblo, pero como al puente lo derribó un rayo o no sé qué fenómeno meteorológico, pues aquella gente vivía fatalmente resignada a soportarlo indefinidamente.

Contaba Pedro que otro cura, compañero suyo viajaba con dicho individuo en un autobús que sufrió un accidente y volcó. Salieron del vehículo como pudieron. Y el bárbaro aquel, que tenía fama de disparar a quien osara llevarle la contraria, le preguntó:

Oiga padre ¿cómo salió usted del autobús?

Por una ventana, le contestó.

¡No! ¡Por una ventana no es posible!

Y recordando su fama prosiguió:

Hombre, pues no sé…me parece que fue por una ventana, pero no estoy seguro…

A continuación le espetó su interlocutor:

Padre ¿usted cree en Dios? Porque yo no.

Verá, verá, a veces tengo mis dudas…

De vuelta a casa contaba todo esto a sus compañeros en presencia del obispo, que me parece que era gringo, quien le interpeló:

¡Pero padre, ha perdido usted la ocasión del martirio!

Ah! sí? Pues aprovéchela usted que sabe donde vive, le contestó.

Ese mismo obispo fue en visita pastoral a la parroquia que regentaban Pedro y unos compañeros suyos, que estaba en un barrio marginal donde la prostitución era muy frecuente. Y cuando llevaban al obispo en coche de regreso a su sede, una joven vecina del barrio les pidió el favor de que la llevaran, puesto que iban de camino. A la chica se le notaba a la legua su profesión, pero al obispo no le debió parecer tan evidente ya que le preguntó a qué se dedicaba.

Soy artista, padre.

¿Artista de qué?

Soy bailarina, padre. Y trabajo en tal sitio. Y si quiere venir le recibiremos encantados y le haremos un descuento.

El caso es que aquellas chicas agradecidas a los curas porque les sacaban frecuentemente de apuros, alguna vez querían pagar en especie. Y estos tenían dificultades para rechazar el ofrecimiento sin desairarlas.

¡Pero ¿por qué?!

Porque lo prohíbe la religión.

¡Pero ¿por qué va a prohibir la religión algo que es tan bueno?!

Y no les faltaba razón, porque si en un sitio tan desdichado no se tienen ratos de relajo, puede resultar un verdadero infierno.

Más tarde estuvo mi amigo en Panamá, de donde cuenta cosas interesantísimas. Ya que allí son frecuentes minúsculas sociedades que son verdaderos universos, que cada una de ellas tiene un código funcional armonioso y que cuando se le introducen mejoras, con la mejor intención, se desequilibra y naufraga ¡No digo cuando los cambios están motivados por las peores intenciones! Pero de eso podremos hablar otro día, y además tengo que documentarme mejor.

El prestigio de la religión en esos países es enorme y contaba Pedro que frecuentaba la casa de unos amigos donde se reunían a comer, a charlar y a echar el rato agradablemente. Continuamente le interrumpían indiecitos con botellitas de agua para que las bendijera ¡Y eso era un incordio! Bienintencionado, pero incordio. Y al borde de la desesperación llegó a decir
¡Voy a bendecir el pozo, y que saquen de allí el agua bendita, y a ver si así puedo comer seguido!

Pero lo mejor de todo, o lo peor según se mire, ocurrió en Guatemala, durante el último gran terremoto.

Pedro era el responsable de Cáritas y le encomendaron prestar auxilio a los damnificados por el desastre, por lo que entró en contacto con un coronel.

Padre, explíquemelo todo clarito. Como si usted fuera un imbécil.

En primer lugar se necesita mucho yeso.

¡No hay problema! Tenemos grandes canteras…

No cayó en la cuenta el hombre de que se trataba de yeso clínico para curar las fracturas de huesos que esos desastres provocan masivamente.

Total que Pedro realizó un trabajo brillantísimo en esa campaña de socorro y aquel coronel quiso que se le recompensara debidamente.

Vamos a otorgarle la Orden del Quetzal.

Pedro no sabía cómo negarse sin desatar las iras del agradecido militar.

Es que hay un problema. No podemos aceptar ninguna recompensa personal. Lo tenemos prohibido. Esto lo hacemos por amor a Dios…

Ante una guardia tan cerrada el coronel se mostraba incómodo pero dubitativo, y cedió.

Por aquellos día Daniel, hermano de Pedro e ilustre jurista, lo fue a visitar y comieron con el coronel, quien se deshacía en elogios y expresaba lo agradecido que estaban todas las autoridades y lo incómodo que le resultaba que no quisiera aceptar la condecoración.

¡No quiere la Orden del Quetzal! No hay modo de que la acepte. Pero yo ya le he dicho: que si le molesta alguien que me lo diga. Que a la mañana siguiente se lo encontrarán en una cuneta comiéndosele las moscas.

Al oír esto el jurista ¡por poco le da un infarto!



domingo, 6 de marzo de 2011

Por amor al arte.

¡EL GUSTO QUE DA DIBUJAR!

Dibujar es un verbo. Dibujo un sustantivo.

Dibujar es una acción. Un dibujo es una cosa.

Dibujar y dibujo están ligados porque ejercida la acción queda la cosa.

Me parece que el acento se pone en la cosa, mientras que la acción no pasa de ser la condición necesaria para lograr la cosa. Y pasa desapercibido el hecho de que la acción es una actividad muy gratificante para quien la realiza. Tal situación se agrava porque ver dibujar no tiene gracia. O tiene poca. No es como ver bailar que constituye un espectáculo. En la película “El misterio de Picasso” se veían surgir los dibujos de Picasso, y no estaba mal, pero era incomparablemente peor que el valet.

Hay acciones que no producen cosas, como bailar.

Cada acción le sirve a quien la ejerce. Y también a quien la contempla, como la música. Parece como si lo importante de un concierto fuera que el público escuche. Y el tocar de los músicos la condición indispensable, inevitable, hasta que han visto la manera de evitarlo con la música enlatada. Claro que alguna vez tienen que tocarla para grabarla. Y también importa lo que se ve en un concierto. Los músicos tan adecuadamente ataviados e iluminados, con sus rutilantes instrumentos.

¡Pero y el gusto que debe dar tocar o cantar en un concierto! ¡Y ensayar! Claro que algunos serán tan vagos que a lo mejor les molesta y lo soportan ante la perspectiva de cobrar. En tal caso el tocar o el cantar será la condición indispensable para cobrar.

Toda acción tiene un inicio, un desarrollo y una conclusión. Y concluida la acción no queda nada de dicha acción.

Quedan residuos. El polvo que traían músicos y público en los zapatos que hay que barrer. Y otros detritos que dependen de la naturaleza de la acción serán de mayor o menor cuantía. Del dibujar quedan dibujos. Cosas que pueden resultar muy apreciables ¡Pero el dibujar se ha terminado!

Porque de la acción misma no queda nada.

El recuerdo, que propiamente no es nada.

¿Qué hacer entonces?

¡Volver a la acción lo antes posible!

Lo malo es que para poder dibujar hay que saber. Y lo bueno que se aprende a dibujar dibujando.

Y como a uno le da vergüenza ¡pues no se atreve!

Cuando no se necesita nada. Nada más que un papel y un lápiz. Y modelos. Porque dibujar de modelos está muy bien ¿Y dónde los hay? ¡Por todos sitios! En casa, en la calle, en el metro, en el autobús, en los parques.

¿Y algo mejor que eso?

¡Hombre! Si vives en Madrid en Dibujo Madrid en La Tabacalera, los martes de 7 y ½ a 10. Si en Barcelona en Dibujo Barcelona. Si en Bogotá en Dibujo Bogotá. Si en cualquier sitio en Dibujo Cualquier Sitio. No tienes más que ponerte de acuerdo con otro o con unos cuantos, buscar un sitio, que puede ser tu propia casa, y mientras unos posan otros dibujan. O unos dibujan a otros que lo están dibujando, en un casto”69”.

Todo esto lo tienen muy estudiado en Mundo Dibujo que encuentras en Fece Book. Si no tienes cuenta te la haces y te admiten como amigo automáticamente.

¡Una libreta y un lápiz es lo único que se necesita! Que no hay que enchufar en ningún sitio ni hacen falta pilas. Eso y el que bajes la vigilancia sobre ti mismo ¡Que no nos pasamos ni una!