Salterio Online

Bienvenidos al blog de Tomás Garcia Asensio también conocido como Saltés. Los que me conocen sabrán de que va esto, y los que no, lo irán descubriendo...

domingo, 13 de marzo de 2011

Negras historias del Nuevo Mundo.

Este post nº 209 del Salterio se lo dedico a Bernarda y a Pedro.
PEDRO EL EXCURA.


Hoy os voy a hablar de otro amigo de postín. De Pedro que fué cura y como tal testigo, cuando no protagonista, de historias alucinantes en el Nuevo Mundo. Luchador a fondo contra el infortunio de los humano ha perdido tan solo uno de sus dos hábitos, el de vestir, porque el otro, el de ayudar a la gente aún lo tiene en pleno uso. Ahora está casado con una bellísima dama dominicana. Y tienen un hijo licenciado universitario y una hija que está en ello.

Creo que empezó a ejercer en Brasil, en el Mato Groso en una localidad remota condicionada por un extraño personaje, que llegó a ser alcalde, y al que se le atribuían 20 o 30 muertes. Había una leyenda según la cual no podría ser abatido más que en un puente que había en aquel pueblo, pero como al puente lo derribó un rayo o no sé qué fenómeno meteorológico, pues aquella gente vivía fatalmente resignada a soportarlo indefinidamente.

Contaba Pedro que otro cura, compañero suyo viajaba con dicho individuo en un autobús que sufrió un accidente y volcó. Salieron del vehículo como pudieron. Y el bárbaro aquel, que tenía fama de disparar a quien osara llevarle la contraria, le preguntó:

Oiga padre ¿cómo salió usted del autobús?

Por una ventana, le contestó.

¡No! ¡Por una ventana no es posible!

Y recordando su fama prosiguió:

Hombre, pues no sé…me parece que fue por una ventana, pero no estoy seguro…

A continuación le espetó su interlocutor:

Padre ¿usted cree en Dios? Porque yo no.

Verá, verá, a veces tengo mis dudas…

De vuelta a casa contaba todo esto a sus compañeros en presencia del obispo, que me parece que era gringo, quien le interpeló:

¡Pero padre, ha perdido usted la ocasión del martirio!

Ah! sí? Pues aprovéchela usted que sabe donde vive, le contestó.

Ese mismo obispo fue en visita pastoral a la parroquia que regentaban Pedro y unos compañeros suyos, que estaba en un barrio marginal donde la prostitución era muy frecuente. Y cuando llevaban al obispo en coche de regreso a su sede, una joven vecina del barrio les pidió el favor de que la llevaran, puesto que iban de camino. A la chica se le notaba a la legua su profesión, pero al obispo no le debió parecer tan evidente ya que le preguntó a qué se dedicaba.

Soy artista, padre.

¿Artista de qué?

Soy bailarina, padre. Y trabajo en tal sitio. Y si quiere venir le recibiremos encantados y le haremos un descuento.

El caso es que aquellas chicas agradecidas a los curas porque les sacaban frecuentemente de apuros, alguna vez querían pagar en especie. Y estos tenían dificultades para rechazar el ofrecimiento sin desairarlas.

¡Pero ¿por qué?!

Porque lo prohíbe la religión.

¡Pero ¿por qué va a prohibir la religión algo que es tan bueno?!

Y no les faltaba razón, porque si en un sitio tan desdichado no se tienen ratos de relajo, puede resultar un verdadero infierno.

Más tarde estuvo mi amigo en Panamá, de donde cuenta cosas interesantísimas. Ya que allí son frecuentes minúsculas sociedades que son verdaderos universos, que cada una de ellas tiene un código funcional armonioso y que cuando se le introducen mejoras, con la mejor intención, se desequilibra y naufraga ¡No digo cuando los cambios están motivados por las peores intenciones! Pero de eso podremos hablar otro día, y además tengo que documentarme mejor.

El prestigio de la religión en esos países es enorme y contaba Pedro que frecuentaba la casa de unos amigos donde se reunían a comer, a charlar y a echar el rato agradablemente. Continuamente le interrumpían indiecitos con botellitas de agua para que las bendijera ¡Y eso era un incordio! Bienintencionado, pero incordio. Y al borde de la desesperación llegó a decir
¡Voy a bendecir el pozo, y que saquen de allí el agua bendita, y a ver si así puedo comer seguido!

Pero lo mejor de todo, o lo peor según se mire, ocurrió en Guatemala, durante el último gran terremoto.

Pedro era el responsable de Cáritas y le encomendaron prestar auxilio a los damnificados por el desastre, por lo que entró en contacto con un coronel.

Padre, explíquemelo todo clarito. Como si usted fuera un imbécil.

En primer lugar se necesita mucho yeso.

¡No hay problema! Tenemos grandes canteras…

No cayó en la cuenta el hombre de que se trataba de yeso clínico para curar las fracturas de huesos que esos desastres provocan masivamente.

Total que Pedro realizó un trabajo brillantísimo en esa campaña de socorro y aquel coronel quiso que se le recompensara debidamente.

Vamos a otorgarle la Orden del Quetzal.

Pedro no sabía cómo negarse sin desatar las iras del agradecido militar.

Es que hay un problema. No podemos aceptar ninguna recompensa personal. Lo tenemos prohibido. Esto lo hacemos por amor a Dios…

Ante una guardia tan cerrada el coronel se mostraba incómodo pero dubitativo, y cedió.

Por aquellos día Daniel, hermano de Pedro e ilustre jurista, lo fue a visitar y comieron con el coronel, quien se deshacía en elogios y expresaba lo agradecido que estaban todas las autoridades y lo incómodo que le resultaba que no quisiera aceptar la condecoración.

¡No quiere la Orden del Quetzal! No hay modo de que la acepte. Pero yo ya le he dicho: que si le molesta alguien que me lo diga. Que a la mañana siguiente se lo encontrarán en una cuneta comiéndosele las moscas.

Al oír esto el jurista ¡por poco le da un infarto!