
EL TUBER.
Ahora no soy rico, pero es que antes, de estudiante, era pobre. Y la verdad es que no estaba tan mal. Claro que ser veinteañero pobre, como veinteañero casi cualquier cosa no es que esté mal, es que está muy bien.
Como os contaré, me he acordado de mi pobreza y del tuber porque resulta que no me da tiempo para ir a comer a casa y me he metido en una cafetería en Alberto Aguilera 42 a comer solo. Cosa que me jode soberanamente.
Digo que ser joven pobre, desde la perspectiva de mayor no rico, está bien. Pero parece que desde la perspectiva de rico – riquísimo está igualmente bien.
Me lo comentaba mi amigo Pove que un día mientras pintaba estaba escuchando una entrevista que le hacían a Fernando Botero en la radio porque estaban hablando de gordos. Le preguntaron que si era verdad que tenía un Jaguar. Respondió que no. Que tenía dos. Y qué tal eso de ser tan rico. A lo que respondió que parecido a ser pobre. Que decía eso porque cuando era estudiante de bellas artes en Madrid -exactamente igual que yo unos años más tarde- era pobre, y que no recordaba que por eso fuera infeliz. No más infeliz que cuando fue rico. Mi experiencia me autoriza a dar fe de lo primero, pero no de lo segundo, aunque me lo creo.
A lo mejor nunca habéis sido pobre y no sabéis qué es eso, os daré unas indicaciones.
En donde viven los pobres no hay cuarto de baño por lo que se tienen que bañar en los baños públicos. Yo iba a los de la glorieta de Embajadores que son del ayuntamiento o a unos privados de la plaza de Ópera, los Baños de Oriente. Para comer iba a los comedores del SEU, los universitarios, o a restaurantes ínfimos pero baratísimos. La comida en esos restaurantes estaba muy bien, aunque no siempre, mientras que la del SEU era buenísima siempre.
Uno de los sitios –el peor de todos- en que iba a comer ¡porque era baratísimo! recuerdo que estaba en el 4º piso, sin ascensor, de Alberto Aguilera 40, por eso me he acordado. Pero es que miré y no vi el 40. No se que habrá pasado.
Ese lugar era un piso antiguo del que habían sacado todo el mobiliario: camas, lámparas, mesillas de noche, sillas, sillones, mesa de comedor, aparador etc. y habían hacinado todas las habitaciones con mesitas abarrotadas de estudiantes. Y muchos que esperando de pie acudían rápidamente a reemplazar a los que se levantaban porque habían terminado. De la comida lo único que recuerdo es que lo huevos fritos eran pequeñísimos.
A la vuelta de unas vacaciones en el tren íbamos un grupo de estudiantes y uno de ellos me conocía. Intenté hacer memoria pero no me acordaba de él.
Te he visto donde el tuber, me dijo.
Y ¿quién es el tuber?
Pues el del comedor de Alberto Aguilera.
¿El de los huevos fritos tan pequeño?
¡Ese!
No se dónde los compra.
No los compra así, es que los corta por la mitad.
¿Cómo?
Con un cuchillo al rojo vivo.
