
A la casa que en Ceceda tienen la novia de Reverte y sus hermanos, fuimos estos días invitados. Y por eso llego un pelín tarde a la cita en este blog.
Es una hermosa casa construida por un abuelo indiano. En uno de los cuartos de baño tiene un espejo que es como un tríptico. Si las hojas laterales se orientan debidamente, a 45 grados respecto a la central, se pueden ver de entrada tres imágenes, una frontal y dos perfiles. Que al ser especulares están invertidas, como es de sobra conocido.
Ya sabéis qué pasa cuando alguien se afeita o se maquilla ante un espejo: que a la vista de una imagen distorsionada se puede, no obstante, operar sobre la cara con increíble precisión. Con brochas, borlas, lápices, pinceles, pinzas y tijeras se funciona a la perfección. Con cuchillas o con navajas el riesgo es mayor, pero por lo general el peligro es mínimo.
Mirando con más atención las imágenes que se forman se pueden ver perfectamente que entre la frontal y los perfiles hay otras. Que a diferencia de las anteriores no están invertidas, sino que son directas. Es decir que se ve uno en el espejo como lo ven a uno, o como se ve a otro directamente, casi como en el cuadro de Magritte.
Y si uno quisiera acicalarse guiándose de esas imágenes más verdaderas, se llevaría un gran chasco. Porque lejos de ser preferibles resultan totalmente inadecuadas. Ya que si se guía uno de una de ellas para afeitarse, con la brocha se hacen las más torpes maniobras. Y con la cuchilla es mejor ni intentarlo siquiera, porque podría resultar herido.
Esto me hace pensar que rara vez se dan respuestas espontáneas a estímulos externos. Sino que más bien se responde a todo con costumbres largamente ensayadas. Habría que salir de uno mismo alguna vez a respirar un poco y ver las cosas algo más parecidas a como son realmente. Aunque, eso sí, corre uno el riesgo de darse un batacazo.
