
No se que habrá sido de mi amigo Adams, al que le calculo unos 85 años. Confío que siga en Filadelfia restaurando arte antiguo.
Hace casi 35 años que no nos vemos. Fue quien nos avaló para que nos contrataran en la Universidad Católica de Puerto Rico de la que era profesor visitante, siendo catedrático de la de Temple en Filadelfia. Su mujer María es puertorriqueña, como la de la película. Una vez, en Puerto Rico estaban en una conversación viendo cómo mejorar la tumba de su suegro y nos aclaró “Es que mi suegro es muerto”. Le dijimos que se dice: “está muerto”. Pero a él le habían dicho que se emplea ser para expresar lo definitivo y estar para lo circunstancial, por lo que resaltó: “¡Pues está muy muerto!”
No me he podido resistir a contar esto, pero lo que quería contar es otra cosa, una historia verdadera que le ocurrió a unos amigos suyos, también americanos y no se si profesores o no, pero gente acomodada.
Se trataba de dos matrimonios que fueron a Paris de vacaciones. Llegaron ya casi de noche, se instalaron en un buen hotel en las inmediaciones de La Madelain. Los hombres cansados por el largo viaje se dispusieron a retirarse a descansar sin contar con que sus mujeres impacientes no podían resistirse a salir inmediatamente a dar un garbeo. Los maridos se resistieron férreamente, y ante la imposibilidad de llegar a un acuerdo resolvieron que ellos se irían a dormir y ellas saldrían de paseo. Y así lo hicieron.
De madrugada suenan los teléfonos de las habitaciones ¡una emergencia! Bajan a recepción ¡¿qué pasa?! ¿detenidas? ¿cómo que detenidas? ¡que están detenidas en la comisaría! ¡que vayan inmediatamente!
Salen corriendo, llegan y se encuentran con una algarabía terrible: los policías, sus esposas vociferantes y unas mujeres con pinta sospechosa que también gritaban. Pero ¡qué ha pasado! Les dicen los policías que estaban ejerciendo ilegalmente la prostitución en las inmediaciones de la Place de la Concorde y la de La Madelain.
¡¡Cómo van a ejercer la prostitución si no son putas!! ¡¡¡Se han confundido ustedes!!!
¡Eso lo dirá usted! ¡demuéstrelo!
¡Pero cómo lo vamos a demostrar!
Fue imposible que nadie entrara en razón, por lo que los americanos haciendo gala del pragmatismo que los caracteriza se avinieron a pagar la multa que correspondiera.
¿Cuánto hay que pagar? ¿Cómo 1000 $ cada una? ¡De ninguna manera! ¡¡Eso es demasiado!!
Pues es lo que corresponde… le dice el poli.
¡¿Y estas también van a pagar 1000 $?!
No, estas no, estas sólo 100.
Y ¿por qué 100?
Porque tienen carné.
Carné ¿de qué?
Pues de qué va a ser, de putas, con el que ejercen la prostitución legalmente.
Y ¿cuánto vale ese carné?
10 francos.
Y ¿dónde se secan esos carnés?
En la policía.
Pero ¿dónde?
Aquí mismo.
¡Ah sí?
Tras unos rápidos cálculos mentales dice el americano.
¡Pues que les hagan unos!
¡¡Cómo?? Dice asombrado el policía. ¡¡¿¿ Que quieren que a sus esposas les hagan carnes de putas??!!
¡¡Hombre, ya me dirá!! doscientos y pico dólares en vez de dos mil ¡Habría que estar locos para hacer otra cosa!!
Los polis asombrados extendieron los documentos y cobraron el importe de la gestión y de las multas.
A continuación se fueron los cuatro al hotel, tan tranquilos, a descansar por fin.
Nos dijo Adams que cada uno de los dos matrimonios tienen un rancho en Norte América y que en ambas mansiones tienen en la pared un cuadro que es el carné enmarcado, con los que se acredita que la dueña de la casa ES PUTA DE PARIS ¡y de la Madelaine! no de Pigalle, que tampoco hubiera estado mal.
