Salterio Online

Bienvenidos al blog de Tomás Garcia Asensio también conocido como Saltés. Los que me conocen sabrán de que va esto, y los que no, lo irán descubriendo...

viernes, 21 de septiembre de 2012

Los reinos de la Naturaleza




EL ÁRBOL DE LA VIDA.


Según una evidente concepción monárquica de la realidad en la Naturaleza se establecieron Reinos desde muy antiguo. Ya Aristóteles propuso dos: el animal y el vegetal Mucho más tarde Linneo propuso un tercero, el mineral. Más recientemente se volvió a dejar de lado el mineral, centrándose el interés en la vida y Haeckel en 1866 propuso 3 reinos: animalia, plantae y protistas. Estas últimas comprenden el resto de los eucariotas, es decir de las células con núcleo.

Chatton en 1925 propuso 2 reinos: eukaryota y prokariota. Desde mi modesto punto de vista ¡chapeau! El reino de las células con núcleo y el de las que carecen de núcleo.

Coperland entre 1938 y 1956 propuso 4 reinos: animalie, plantae, proctista y monera. El reino Proctista comprende a los eucariotas que no son animales o plantas. Y el reino  monera  comprende a los procariotas.

Wittaker en 1969 propone 5 reinos: añadiendo fungi a los anteriores.

La clasificación más en boga actualmente es la aparecida últimamente después de la anterior, la de Woese entre 1977 y 1990. 

Propone distribuir a todo ser vivo en 3 dominios (con lo que retira la monarquía de la cúspide): Eukaria, archea y bacteria. 

El 1º comprende todos los eucariotas, grandes y pequeños, incluyendo animales, plantas, hongos y los unicelulares. Mientras que a los procariotas, que casi todos son unicelulares, dedica dos dominios: arqueas y bacterias. Porque, a pesar de que para un profano resultan indistinguibles, para los biólogos son muy distintas debido a que se separaron muy pronto del ancestro común, nada menos que hace 3.500 millones de años, que ya es decir, dado que la Tierra tiene una edad de 4.000 ó 4.500 m. de a. Por otra parte se cree que lo eukariotas, a los que pertenecemos, tienen su origen en  la fusión, o lo que sea, de individuos de los otros dos dominios de procariotas.

Excuso decir que nuestro punto de vista suele ser claramente antropocéntrico, o sea, egocéntrico, por lo que si ya fue un trago aceptar que descendemos de los monos ¡aceptar que descendemos de unos microbios es aún más duro! Son seres tan minúsculos que resultan invisibles. Miden, más o menos, algunas milésimas de milímetro, y además son peligrosos ya que pueden producir terribles enfermedades, como la tuberculosis, la rabia o el tétanos. 

Aunque no todos los microbios son así de malos, los hay que ni fu ni fa y otros son buenísimos ya que parece que ninguna arquea sea dañina. Hay muchas, se supone que suman el 20% de la biomasa de nuestro planeta, muchas viven instaladas en nuestro interior facilitándonos la vida, y son las que generan, lo digo como curiosidad, el metano de los pedos.

Mientras que hay bacterias de toda laya. Unas son peligrosísimos enemigos, mientras que otras son buenos amigos, huéspedes y aliados. Si no fuera por esos minúsculos cooperadores careceríamos de pan y de vino, de queso y de muchas cosas más. Para hacernos una idea de lo implicadas que están en nuestras vidas, las decenas de billones de células componen nuestro cuerpo ¡es un número 10 veces menor del de las bacterias que lo habitan!

 ¡Qué asco! Bueno pues si consiguiéramos -cosa que es imposible- desalojar a todos esos microbios de nuestro organismo ¡las íbamos a pasar muy putas! Somos como una especie de continente de células coordinadas habitado por numerosísimas colonias de invasores, de huéspedes y de socios a los que ni siquiera podemos ver.

Pero, aparte de esto, diréis ¿qué tienen que ver esos enanos conmigo? 

Pues sí que tiene que ver. Porque cuando nuestros papis echaron aquel polvo fundacional el gameto paterno era lo más parecido a un puñetero flagelado. Y del gameto materno lo esencial era de escala muy semejante, pero estaba residiendo en una enorme despensa alimenticia que es el óvulo. Lo que pasa es que en vez de separarse también en dos habiendo hecho un intercambio de cromos cromosomáticos, valga la redundancia, se pusieron a dividirse de nuevo, y las divisiones a dividirse y así muchísimas veces hasta constituir un ser gigantesco, como tenían previsto en sus cromosomas.

¡Es que no somos nada!



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