Según una
evidente concepción monárquica de la realidad en la Naturaleza se establecieron Reinos desde muy antiguo. Ya Aristóteles propuso dos: el animal y el vegetal Mucho más tarde Linneo propuso un tercero, el mineral. Más recientemente se volvió a dejar de lado el
mineral, centrándose el interés en la vida y Haeckel en 1866 propuso 3 reinos:
animalia, plantae y protistas. Estas últimas comprenden el resto de los
eucariotas, es decir de las células con núcleo.
Chatton en 1925 propuso 2 reinos:
eukaryota y prokariota. Desde mi modesto punto de vista ¡chapeau! El reino de
las células con núcleo y el de las que carecen de núcleo.
Coperland entre 1938 y 1956
propuso 4 reinos: animalie, plantae, proctista y monera. El reino Proctista comprende
a los eucariotas que no son animales o plantas. Y el reino monera comprende a los procariotas.
Wittaker en 1969 propone 5
reinos: añadiendo fungi a los anteriores.
La clasificación más en boga actualmente
es la aparecida últimamente después de la anterior, la de Woese entre 1977 y 1990.
Propone distribuir a todo ser vivo en 3 dominios (con lo que retira la monarquía de la cúspide): Eukaria, archea y bacteria.
El 1º comprende todos los
eucariotas, grandes y pequeños, incluyendo animales, plantas, hongos y los unicelulares. Mientras que a los procariotas, que casi todos son unicelulares, dedica dos dominios: arqueas y bacterias. Porque, a pesar de que para un profano resultan indistinguibles, para los biólogos
son muy distintas debido a que se separaron muy pronto del ancestro común, nada
menos que hace 3.500 millones de años, que ya es decir, dado que la Tierra tiene
una edad de 4.000 ó 4.500 m. de a. Por otra parte se cree que lo eukariotas, a
los que pertenecemos, tienen su origen en
la fusión, o lo que sea, de individuos de los otros dos dominios de
procariotas.
Excuso decir que nuestro punto de
vista suele ser claramente antropocéntrico, o sea, egocéntrico, por lo que si ya fue un trago aceptar
que descendemos de los monos ¡aceptar que descendemos de unos microbios es aún más duro! Son seres tan minúsculos que resultan invisibles. Miden, más o
menos, algunas milésimas de milímetro, y además son peligrosos ya que pueden
producir terribles enfermedades, como la tuberculosis, la rabia o el tétanos.
Aunque no todos los microbios son
así de malos, los hay que ni fu ni fa y otros son buenísimos ya que parece que
ninguna arquea sea dañina. Hay muchas, se supone que suman el 20% de la biomasa de nuestro planeta, muchas viven instaladas en nuestro interior
facilitándonos la vida, y son las que generan, lo digo como curiosidad, el metano de los pedos.
Mientras que hay bacterias de toda laya. Unas son peligrosísimos enemigos, mientras que otras son buenos amigos, huéspedes y aliados. Si no fuera por esos minúsculos cooperadores careceríamos de pan y de vino, de queso y de muchas cosas más. Para hacernos una idea de lo implicadas que están en nuestras vidas, las decenas de billones de células componen nuestro cuerpo ¡es un número 10 veces menor del de las bacterias que lo habitan!
Mientras que hay bacterias de toda laya. Unas son peligrosísimos enemigos, mientras que otras son buenos amigos, huéspedes y aliados. Si no fuera por esos minúsculos cooperadores careceríamos de pan y de vino, de queso y de muchas cosas más. Para hacernos una idea de lo implicadas que están en nuestras vidas, las decenas de billones de células componen nuestro cuerpo ¡es un número 10 veces menor del de las bacterias que lo habitan!
¡Qué asco! Bueno pues si consiguiéramos -cosa
que es imposible- desalojar a todos esos microbios de nuestro organismo ¡las
íbamos a pasar muy putas! Somos como una especie de continente de células coordinadas
habitado por numerosísimas colonias de invasores, de huéspedes y de socios a
los que ni siquiera podemos ver.
Pero, aparte de esto, diréis ¿qué
tienen que ver esos enanos conmigo?
Pues sí que tiene que ver. Porque
cuando nuestros papis echaron aquel polvo fundacional el gameto paterno era lo
más parecido a un puñetero flagelado. Y del gameto materno lo esencial era de
escala muy semejante, pero estaba residiendo en una enorme despensa alimenticia
que es el óvulo. Lo que pasa es que en vez de separarse también en dos habiendo
hecho un intercambio de cromos cromosomáticos, valga la redundancia, se
pusieron a dividirse de nuevo, y las divisiones a dividirse y así muchísimas
veces hasta constituir un ser gigantesco, como tenían previsto en sus cromosomas.
¡Es que no somos nada!
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