Este post no debiera hacerlo yo,
sino -como veréis- mi hija Ana.
A mí me gusta ir a los museos,
sobre todo, porque en mi época de estudiante vi infinidad de reproducciones de
cuadros, esculturas y edificios y claro, eran de mentira. Y además las
reproducciones de la época eran en blanco y negro y un poco desvaídas y además
es que no te haces idea, porque los textos de los libros siempre lo explican
fatal. Por ejemplo yo había leído con gran atención en el Summa Artis, nada
menos, las obras del Camposanto de Pisa.
Las conservada más o menos maltrechas y las destruidas por los americanos en la
2ª Guerra Mundial. Y yo pensé que sería el cementerio de Pisa ¡pues no! sino
que es patio rectangular porticado inmenso de un gótico sui géneris cuyos arcos
son de medio punto, aunque disfrazados con nervaduras ojivales. Otra vez cuando
estudiaba para unas oposiciones el arte precolombino, mejicano o los bronces
chino ¡pues no me entraban! y cuando los he visto de verdad lo he asimilado
todo perfectamente, lo que he visto y lo que me ha quedado por ver.
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Lo que me gusta de viajar es que
todo se trivializa. Ve uno reproducidas figuras mayas, o egipcias, o chinas y
parecen tan extrañas, tan fuera de este mundo nuestro. Pero si se ven en su
sitio ¡parecen realistas! vulgares, se podría decir, habituales. No de otro
mundo, sino de este mundo. Ergo ¿pierden con esa vulgarización? ¡pues no!
ganan.
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Cuando vuelvo de un viaje guardo
el cuaderno. Si le quedan muchas hojas lo utilizo para el siguiente y si no me
compro uno nuevo como elemento principal del viaje que esté preparando.
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Pero Ana no. Sino que siempre va cargada con un moleskine donde anota las cosas más sobresalientes del día a día que ilustra con dibujos, pegando entradas, trozos de catálogos de exposiciones, etc. |
Porque Ana siempre está de viaje.
2 comentarios:
¡Qué bonita entrada! :-)
¡Gracias a tí!
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