INVULNERABLE AL IMPACTO DE UN METEORITO.
Como os anuncié en un comentario del post anterior hoy os voy a decir algo sobre el meteorito que tengo y de otros minerales y rocas.
Debo que decir en primer lugar que no se trata de una de esas lujosas colecciones hechas con piedras de postín que los ricos coleccionistas van a buscar a las ferias por todo el mundo. Ni siquiera tengo esas bellas piezas que pueden encontrarse los primeros domingos de cada mes en el mercadillo que hacen en la Escuela de Minas o la anual del hotel Meliá. Sino que está compuesta de piezas escolares y poco más. Está por ello en la estética wabi-sabi porque son simples pero interesantes.
La primera pieza la encontré con mucho tino. Se trata de una peridotita que me recogí en una playa de Puerto Rico. País en el que vivimos durante tres años. Y de peridotita dicen que está compuesto el manto terrestre. No vale gran cosa, pero fue un buen comienzo.
El grueso de mi colección se la debo al profesor Enrique Ramírez, compañero del Instituto Calderón de la Barca. Y alguna de las piezas más singulares al también compañero Manolo Lorenzo del Herrera Oria.
Manolo me regaló las dos piezas aquí retratadas. La de arriba es un meteorito. Y la de abajo una suevita o impactita procedente del cráter de Ries en Alemania, producido por el choque de un meteorito. Esa clase de roca alterada por el choque es totalmente corriente en Noerdlingen, que es la ciudad que cabe holgadamente dentro del cráter, y con esa roca hicieron la iglesia.
El cráter tiene dos anillos. El menor de dos kilómetros y medio de diámetro, cien metros de profundidad y un montículo central y el mayor de veinticinco kilómetros de diámetro y doscientos cuarenta metros de profundidad.
Después de tanto tiempo el terreno se ha erosionado y desfigurado ¡pero el cráter puede verse perfectamente! Porque la modificación de la tierra ha producido un extraño fenómeno: han crecido más los árboles en el perímetro del cráter, y estos árboles favorecen la evaporación y se forma un círculo de nubes que lo marcan perfectamente, como puede verse en la imagen que muestro a continuación.
Curioso eh!
Volvamos a mi meteorito, del que nada puedo deciros porque nada sé, salvo que mide cuatro centímetros y medio de diámetro mayor y pesa ciento cuarenta gramos.
El caso es que un día se lo enseñé a mis nietos, cuando Nico tendría tres años y Jorge la mitad. Y como los abuelos tenemos esa natural y enfermiza tendencia a la pedagogía más coñaza, preparé un ridículo experimento. Consistente en cernir fina arena sobre el suelo e invitar a Nico a dejar caer el meteorito sobre el lecho de arena desde lo alto de una escalera de cuatro peldaños. Fantástico resultado, quedó marcado el cráter en la arena, etc., etc., etc.
“Ahora yo”, dijo Jorge. Se subió a la escalera con el meteorito y lo dejó caer. Lo malo es que Nico estaba debajo y le cayó en la cabeza. Se puso a llorar a gritos ¡la cosa no era para menos!
Y de ahí el título de este relato.
3 comentarios:
Jajajaja! Sí yo también estaba, ¡pobre Nico! Pero fue muy gracioso cuando llegó su padre a buscarlos y salió Nico corriendo: "Papá, ¡que Jorge me ha tirado un meteorito a la cabeza!". Y Javi, el padre: "¡¿eh?!". Y es que no habrá mucha gente que pueda contar que le ha caido un meteorito en la cabeza...
Efectivamente Ana, son pocos los supervivientes al impacto de un meteorito. A mí no me extraña porq Nico es un chico singular.
Me lo puedo imaginar...creo que en el mismo momento en que Jorge tuviese en sus manos el meteorito ya era tan seguro como el resultado de una ley física que acabaría estrellado en la cabeza de alguien...si viviéramos en USA estaría convencida de que mi pequeño terminaría siendo una estrella del baseball!
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