Nunca he tenido ni perros ni gatos ni me gustan los animales. A la gente le gustan porque “son uno más de la familia”. Y a mi me disgustan por eso precisamente porque “son uno más de la familia” y ver a uno más de la familia a cuatro patas, con rabo, cubierto de pelos, ladrando y con cara de perro o maullando y con cara de gato ¡me parece una pesadilla! Y si vas al mercado, te acercas a la carnicería y ves colgados con ganchos trozos de “gente de la familia” es una pesadilla horrible. Así que no quiero tratos con gente de la familia en ese plan.
Pero siento simpatía y ternura por esos “parientes”, aunque tengo con ellos poca relación, salvo contadas excepciones. Una de esas raras excepciones ocurrió esta noche, cuando me disponía a irme a la cama, estoy cerrando la ventana de la cocina, y sale disparada hacia el techo una salamanquesa jovencilla ¡La madre que la parió! Ahora, con el sueño que tengo a hacer safari, porque aquí no la puedo dejar. Busco un paño de cocina para usarlo como una red. Ya no la veo. Se ha caído sobre la encimera y allí la pillé. Con una cococha tan suavita. Total, abrí la puerta y la liberé.
Tuve otro affaire con una salamanquesa en Denia. Estábamos en casa de mis amigos José Luis y Josefina. Íbamos a desayunar en la terraza y Josefina, armada de una escoba echaba fuera una salamanquesa no fuera a darnos asco. José Luis que vio la faena montó en cólera ¡Déjala, es ella quien está en su casa! Gran tensión. Entonces me voy hacia la salamanquesa. La cogí por detrás de la cabeza y la puse en la pared, debajo de un alfeizar. A continuación le estuve acariciando en el cogote un ratito. Poco después nos separamos.
Mucho más intenso fue el episodio con una vaca en Plà de Beret en el Pirineo.
En lo que en invierno son pistas de nieve, en verano son praderas. Y aquel verano vimos como había una infinidad de vacas y de caballos. Y mis hijas Isabel y Ana que eran niñas estaban como locas de alegría. Y nos pusimos a pasear entre esos animales gigantescos. Me acordé de que nos había sobrado una barra de pan que ya estaba un poco dura. Fui al coche a buscarla y en compañía de Ias niñas le di la barra entera a una vaca. Intentó tragársela pero se atragantaba. Entonces le saqué la barra de la boca, y aunque estaba llena de baba me sobrepuse. Rompí el pan en trozos que le fui dando poco a poco. La vaca me seguía con mucha determinación y mansedumbre mientras recibía los trozos de pan.
Pero cuando se terminó el pan continuaba siguiéndome. Y yo andaba con siete ojos no fuera a pisar a mis niñas o algo. Y la vaca me seguía. Parte del grupo, temerosamente, se resguardó en el coche. No se daban cuenta de que esa vaca era todo cariño. Veían la escena desde aquel improvisado burladero y se partían de risa. El amado tiende a abusar (parece que es esa una tentación irresistible) Y me puse, hecho un payaso, a hacer desplantes toreros y “el teléfono” como el Cordobés.
Esos flechazos circunstanciales suelen terminar desabridamente. De modo que me fui sin acertar a dar con una salida airosa. Y es que las vacas, es evidente, tienen un corazón muy grande. No creo que se lo rompiera del todo, pero seguro que le extrañaría que me fuera despidiéndome a la francesa. No se si llegaría a pensar: “¡Es que todos los hombres son iguales!”
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