LA AMERICANA SENTIMENTAL.
Antiguamente, cuando yo estudiaba, no existía, como hoy, el “Programa Erasmus”. De modo que había pocos estudiantes extranjeros.
Una de esas escasas estudiantes extranjeras era una americana grandísima, rubia, como una Marelin gigantesca salida de los grandes cartelones que había en los cines de la Gran Vía.
Blanquísima, con los labios muy rojos y una delgadísima esclava de oro en uno de sus hermosos tobillos. Era verdaderamente llamativa. No tan guapa como vistosa.
Coincidíamos en una clase de dibujo en la antigua Escuela de Bellas. Al ser esa clase la última de la jornada cuando estábamos allí ya era de noche.
Estaba la escuela en el edificio de la Academia de San Fernando casi al principio de la calle Alcalá. Dicho edificio alberga la Academia, el museo, la biblioteca, el taller de vaciado de estatuas, la Calcografía Nacional donde se estampaban y guardaban los grabados. En aquella época contenía también la Escuela de Bellas Artes, donde se "engordaban" los cachorros de futuros artistas que éramos nosotros.
Cuando se entra en el edificio hay una especie de túnel que terminaba en un patio. A continuación de ese patio empezaba la escuela, hoy todo es academia. La primera sala a la derecha era la clase de dibujo, en la que fue profesor, hace entre uno y dos siglos, el mismísimo Goya.
La americana en cuestión parece que era sentimental y de fácil lágrima. Cuando apareció por allí, la oí antes de verla. Oigo un día llorar desesperadamente a alguien, me acerco y veo a una enorme Marelín gritando y llorando a lágrima viva
¿Qué le pasa?
Que han cogido al Cordobés, y lo han herido.
¿Es que lo conoce?
No
Entonces ¿por qué coño llora?
¡No sé!
No tenía mucho trato con ella, porque ni sabía español ni yo inglés. Pero un día me enteré de que era su cumple. Y, yo que soy un caballero, me dispuse a regalarle algo. Por aquella época yo le regalaba con frecuencia a mi chica (mi actual chica) un prendido de camelias, compuesto por una o dos de estas flores y algunas hojas, tan rotundas y brillantes.
Me salgo de clase, cerca como estaba de la Puerta del Sol, y me pongo a buscar una floristería, pero no tienen. Me voy a la Plaza del Carmen y está cerrada. La calle Mayor, la Arenal, la de la Cruz ¡en ningún sitio! Venga a buscar ¡ya es que me frustraba no encontrar lo que había dado por seguro! ¡Por fin! Casi había gastado todo el tiempo de la clase en las pesquisas y salgo corriendo porque encima cuando llegara se podía haber ido.
Llegué a tiempo, le di el regalo. Puso cara de sorpresa y le dije que es por su cumple. Esperaba que le hiciera gracia y ya está. Pero no. Arrancó a llorar como una Magdalena. Mis compañeros se asustaron ¡¡¡¿Qué le ha pasado?!!!
No había modo de calmarla. Acojonado me dispuse a calmarla como fuera. Entonces le dije que era una broma. Se quedó de piedra.
No era una broma. Pero es que hay gente tan desmedida en sus reacciones que no se puede…
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