Salterio Online

Bienvenidos al blog de Tomás Garcia Asensio también conocido como Saltés. Los que me conocen sabrán de que va esto, y los que no, lo irán descubriendo...

domingo, 15 de febrero de 2009

No es oro todo lo que reluce.

Este post nº 103 se lo dedico a Javi, que cree como yo que el empresario se debe al cliente más que al socio. ¿QUÉ PASA CON EL CAPITALISMO?


Ya sabemos que los retros son procapitalistas y los pogres contra. Pero dejémonos de tópicos. “Toer mundo eh güeno”. Y el tener pasta, el que la tenga, pues chapeau.

Pero en cualquier caso habría que distinguir entre capitalismo y mafia.

Y los capitalistas “legales” deberían velar porque tal distinción fuera posible.

Hay empresas capitalistas y otras que son mafiosas ¿En qué se parecen y en qué se diferencian?

Se parecen en que tanto unas como otras se forran, o pretenden forrarse.

Y se diferencian en el modo en que lo hacen:

El capitalista trabaja para la sociedad y cobra por ello y si se le da bien se forra.

Mientras que el mafioso pone a trabajar a la sociedad para él y como consecuencia se forra.

Los empresarios capitalistas están moralmente obligados con sus clientes, y este vínculo ético les reporta beneficios.

Los empresarios mafiosos están moralmente obligados con su “familia”. Mientras que sus clientes, como sus empleados, son meros instrumentos de su ambición.

Pero últimamente se ha desbocado una perversión consistente en que empresarios capitalistas no sirven a los clientes. Sino que se sirven de ellos incondicionalmente. Y eso les acerca mucho a la mafia. Y hay tantos y tan importantes que han llegado a colapsar el sistema.

Hay ejecutivos de empresas que no se deben a sus clientes en primer lugar, sino a sus accionistas, que son su “familia”.

Un ejemplo es el de aquel presidente de Telefónica, quería llevar la central de esa empresa a Miami, porque decía que era mejor para la empresa y por ello mejor para sus accionistas a quienes él se debía.

Queda muy claro que a esos empresarios les importan un carajo sus clientes. El servirles no es su fin, por el que legítimamente obtendrían beneficios. Su fin es lograr beneficios y su medio esquilmarlos.

Pudiera ocurrir que esto que estoy diciendo pudiera parecer una ingenuidad. Si así pareciera, indicaría que la corrupción se habría extendido y profundizado tanto que habría llegado a contaminar el “sentido común”.

En cuyo caso estaríamos totalmente perdidos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Idealmente, un empresario a quien no le importen sus clientes estaría destinado al fracaso, porque los clientes no deberían ser tontos, y optarían por obtener lo que buscan de otras fuentes, con lo que se acaba el negocio para ese empreario.

Por desgracia, es cierto que esta situación ideal no se da siempre, en unos casos porque los clientes efectivamente son tontos, y en otros porque no hay otras fuentes donde buscar, o esas fuentes son igualmente corruptas.

El primer caso lo veo mucho en los bares de copas. Es curioso como parece que a la gente (o a determinada gente, mucha) parece gustarle que le traten mal o que le cobren más caro que en ningún sitio, y te encuentras con que los locales más llenos son los que tienen las copas más caras, que dan garrafón por sistema, y que te tratan como a un borrego. En estos casos aparte de al empresario, hay que achacarle mucha parte de culpa al consumidor, que tiene lo que se merece.

En cuanto a los segundo, se da mucho con las compañías de telefonía (móvil o fija), acceso a Internet, y demás. Como todas tratan fatal a sus clientes, no hay opción a decir "me voy a otra donde me traten mejor", porque no la hay. Una verdadera lástima.

Saltes dijo...

Efectivamente, socio, se ha desdibujado la frontera entre el servicio prestado por una empresa y el puro timo.

Hay que tener un sexto sentido para evitar que te encuentres con que has contratado por teléfono algo, que no es lo que habías entendido y que te comprometes a pagar inexcusablemente.

Como el comercial está exclusivamente interesado en capturarte como cliente, es decir pagano, deshacer el entuerto te cuesta sangre.

¿En qué se distingue uno de estos comerciales de un timador?

¡No se distingue!