Salterio Online

Bienvenidos al blog de Tomás Garcia Asensio también conocido como Saltés. Los que me conocen sabrán de que va esto, y los que no, lo irán descubriendo...

domingo, 5 de junio de 2016

Al pan, pan.


LA ESTÉTICA DEL TRAMPANTOJO.

Hace unos días fui con mi nieto Jorge, de 9 años; a ver la exposición de los Wyeth , padre e hijo, en el Thissen.

Tenía muchas ganas de ir porque Andrew Wyeth y su famoso cuadro "El mundo de Cristina" eran motivo de adoración para mi amigo Alberto Vázquez, prodigioso dibujante y pintor nacido en Nerva en 1935 y fallecido en 1991. Ya desde joven, que era la época en la que nos tratábamos, tenía fijación por este artista y luego desarrolló una obra muy consecuente con esa fijación, como se pude ver en su libro "Proceso de una idea" (Sammer Publications 1990).

A mí me gustan los cuadros realistas. Y me gusta pintarlos, aunque lo hago poco, uno de ellos es este cuadro que pinté en Puerto Rico en el 72, que representa un mamey, dos mangos, o mangós, y unas quenepas.

El realismo a ultranza es misión imposible, porque trata de crear una realidad que es imposible. Porque un cuadro es un mensaje referido a un referente y significa por analogía entre mensaje y referente. Pero esa analogía nunca puede ser identidad en un cuadro. En otros terrenos sí, pero en un cuadro no.

Voy a contar un caso en el que la imitación se vuelve realidad:

En una época en la que el "Trío los Panchos" era muy popular había en México concursos de imitadores. Llegó el momento en el que el auténtico trío perdió a uno de sus miembros y fue sustituido por el ganador de un concurso de imitadores, con lo que la copia quedó convertida en original. Pero con los cuadros no es posible porque las imágenes suelen tener una escala menor que el original. Y está en 2D cuando la realidad está en 3D. Y más, porque, por ejemplo, una rana pintada ni croa ni salta, pero si está filmada hace ambas cosas ¡pero no se pueden comer sus ancas! O sea, que no.

La cosa cambia si el referente es bidimensional, es lo que ocurre con muchos trampantojos verdaderos. El caso más divertido que conozco es el de un dibujante onubense que tenía la afición de dibujar trampantojos que llamaba "mesas revueltas". Donde había cartas, naipes, sobres con sellos, papeles quemados etc. Su obra maestra era un "duro", un billete de cinco pesetas, aquel que tenía un tema colombino. En el reverso estaba representada la escena de Colón en el Monasterio de la Rábida. Pero el dibujante en cuestión no se conformó con dibujarlo tal cual sino que dibujó al navegante y a los fraile muy risueños y empinando el codo. Enseñaba la obra a sus amigos, causando gran admiración, pero en una ocasión no la encontraba. Preguntó a su criada si había visto el billete. Y le respondió que sí que había ido a comprar leche y había pagado con él, y que ni ella ni el lechero notaron en el billete nada de particular ¡Perdió su obra pero se revalidó como el imitador perfecto!

Esa estética tan realista da respuesta a una ardua cuestión:

¿Cuál es la finalidad y el mérito de un cuadro?

Pues que esté pintado igualito a la realidad

Respuesta que no me parece acertada. Pero ¿cuál lo es?

Pues es difícil responder acertadamente. Sobre todo en la era en que vivimos que es la de la objetividad y la exactitud. Y en la que se sanciona y cuantifica el valor de los cuadros por su precio, que puede llegar a ser verdaderamente alucinante.

La gracia del arte no se sabe donde reside, puede acompañar a una obra realista o a una que no lo sea. Debe ocurrir con eso como con ese producto químico que permitía a Mr. Hey volver a ser el Dr. Jekyll, que cuando se le terminó y adquirió una nueva remesa y vio con desesperación que no producía el efecto deseado y le reclamó al droguero, este le respondió que era lo que le había pedido.
¡Pues no produce el efecto deseado!

Pues es exactamente lo que me pidió. A lo mejor tal efecto es debido a alguna impureza.


Posiblemente el efecto artístico de algunos cuadros lo produce alguna impureza ¡Quién sabe!




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