EPÍGONOS.
Epígonos somos todos, porque nos
conducimos por lo que hemos aprendido de otros o por lo que ellos nos han
inducido a pensar o a creer. Pero, claro, es cuestión de grados.
Los epígonos son respecto a los
genios, además de devotos seguidores, sus apologetas y, lo que es peor, sus hermeneutas.
Porque aunque se pueda no se
suele recurrir a los genios directamente, sino a través de intérpretes, con lo
que se recibe no la doctrina original sino las interpretaciones de sus
intérpretes. Y estos, que no son más que intermediarios, hacen, consciente o
inconscientemente, una transmisión interesada.
Una vez me pareció que me vendría
bien no se qué cosa de Kant, y le pregunté a un amigo profesor de filosofía que
qué libro consultar de un autor que explicara a Kant. Me indicó uno pero no me
enteraba gran cosa y recurrí a otro autor que tampoco me satisfizo. Desesperado
recurrí por fin al propio Kant, que encontré de una claridad meridiana. Desde
entonces no me ando con chiquitas, acudo a la fuente ¡y listo!
No me gustan los prólogos porque aunque cuenten todo lo relativo a la doctrina del autor prologado lo hacen mal. Inventan estereotipos y hacen resúmenes. Cuando es imposible resumir nada. Porque un resumen es algo totalmente distinto de la cosa resumida, es un sucedáneo.
No me gustan los prólogos porque aunque cuenten todo lo relativo a la doctrina del autor prologado lo hacen mal. Inventan estereotipos y hacen resúmenes. Cuando es imposible resumir nada. Porque un resumen es algo totalmente distinto de la cosa resumida, es un sucedáneo.
Esto viene a colación porque
acabo de terminar de leer la parte correspondiente a Montaigne de la 2ª parte
de la "Contrahistoria de la filosofía" de Michel Onfray que me regaló
mi amigo Waldo que está trincado con la doctrina de Montaigne. Yo le dije que
si le gusta Montaigne que lo lea directamente y se deje de rodeos.
Como tengo la mayor parte de la
colección de "Historia del pensamiento" de la editorial Orbis busqué
a Montaigne ¡y allí estaban los tres tomos de sus Ensayos! Y me leí el primero.
Un día caminando por la
Castellana me encontré con mi amigo Gabriel que paseaba a su perrita. Curioseó
el libro que llevaba que era precisamente el susodicho tomo, y exclamó ¡qué
elevado! Yo no lo encuentro elevado, lo encuentro ameno, incluso divertido.
Después me leí el libro de Onfray
¡Allí pone de todo! Que si no escribía, sino que dictaba, eso ya me lo había
dicho mi amigo Javier que está muy enterado porque está casado con francesa.
Que si la tenía pequeña. Que si su mujer le ponía los cuernos con su hermano.
Que si al final, como no se le levantaba, que se dedicaba al magreo nocturno con
las prostiputas ¡yo qué sé! Y divulgaba y divulgaba sobre la obra en cuestión,
que si epicúreo, que si cristiano, aunque para el caso como si fuera ateo ¡un enredo!
Ese Onfray, epígono de Montaigne,
desvela que el propio Montaigne era epígono de La Boetie, y que tuvo como "epígona"
a Marie Gourmay.
Y es que muchos epígonos son
chicas, además de lo dicho ocurrió con Nietzsche, con Borges, y en nuestros lares
con Cela y con Alberti.
Este es un tema que tiene mucho
jugo y que convendría ampliar en otro momento.
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