Decía mi madre, ya mayor, que se miraba al espejo y no se reconocía. Yo en el espejo generalmente me veo. Pero a veces veo a un viejo que se parece a mí, al que no le hago el menor caso. Le decía el otro día a mi chica que veo a mi alrededor que todo cambia mientras que yo sigo más o menos igual. Lo bueno es que uno mismo no puede verse, ni oírse, ni nada. Puede ver su imágen en el epejo, en fotos y en vídeos. Pero eso no es ni verse ni oírse. Es que es imposible.
El problema del tiempo es que duramos lo que duramos. Menos que algunas cosas, y más que otras. Y las cosas que vemos o recordamos evocan cosas desaparecidas. Yo, que para algunas cosas tengo memoria de elefante puedo recordar con toda perfección cosas de cuando tenía tres años, hace 68. Es decir que puedo alcanzar todo ese tiempo.
Como he tenido la suerte de hablar mucho con mi madre puedo alcanzar indirectamente hasta, supongo, 1915. Año en la que ella tenía 5 años. Es decir, desde hoy casi un siglo.
De haber hablado ampliamente con mis abuelos, cosa que no hice, podría tener noticias indirectas, pero inmediatas, de siglo y pico, pero más que eso es imposible.
Por lo tanto lo anterior a un siglo está revuelto en un cajón inaccesible donde se mezclan los vaqueros y los indios del oeste, Napoleón, Felipe II, Colón, los moros, los romanos, los griego y los persas ¡qué sé yo!
Pero de pronto el tiempo se acorta, como me ocurrió el pasado 23 de septiembre en Arezzo en una magnífica exposición: "Il Primato dei Toscani nelle vite del Vasari" en la que estaba la mascarilla mortuoria de Brunelescchi.
Era casi como ver a Brunelescchi recien muerto. Parecía que solo un instante antes aquel hombre hubiera estado vivo. Porque claro, muy poco después de su deceso harían la mascarilla. Y a partir de entonces el tiempo parecía haber quedado trabado en la escayola porque en ella no causó ningún efecto. Y cuando la dibujé en mi cuaderno tuvo la sensación de haber alcanzado a dibujar al propio Brunelescchi tras su último suspiro.
Era casi como ver a Brunelescchi recien muerto. Parecía que solo un instante antes aquel hombre hubiera estado vivo. Porque claro, muy poco después de su deceso harían la mascarilla. Y a partir de entonces el tiempo parecía haber quedado trabado en la escayola porque en ella no causó ningún efecto. Y cuando la dibujé en mi cuaderno tuvo la sensación de haber alcanzado a dibujar al propio Brunelescchi tras su último suspiro.
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