Este post es el nº 159 del Salterio.
Se me pasan los días, los meses y los años sin quedar una larga temporada en mi Huelva natal. La semana pasada estuve 5 días, porque fui al Pregón de Semana Santa que pronunció mi cuñado Fernando, en el Gran Teatro. Tan solemne acto fue presidido por el obispo y por el alcalde. Y el discurso, pleno de erudición, resultó muy emocionante.
Hacía muchos años que no paseaba tanto por el ámbito de mi infancia y de mi adolescencia. Y aunque la ciudad se ha extendido mucho por espacios que antes eran remotos, o el puro campo. El casco histórico, el de mi propia historia, que lo recordaba inmenso, ahora me parece muy recoleto. Debido a lo mal acostumbrado que me tiene el gigantismo madrileño. De modo que en mis paseos me parecía estar calzando las botas de siete porque llegaba enseguida a puntos que recordaba distantes.
Me producen extraños sentimientos confrontar la realidad que pude percibir en mis paseos con la que recordaba, que no es remota, sino inmediata. Porque mis recuerdos inmediatamente anteriores corresponden a hace medio siglo. Por lo que no exagero si digo que me siento un fósil viviente. De modo que si alguien, más joven, tiene curiosidad por que le desvele algo de lo que se pierde en la noche de los tiempos, estoy dispuesto a responder a cualquier pregunta. Pero no temáis porque nada diré de motu propio.
De todos modos el gran cambio de Huelva no se ha producido en estos 50 años, sino antes, al final de las dos décadas anteriores. Lo anterior a los 60 era otro mundo. Era una antigüedad tan remota que era puro medievalismo. Agravada, sobre todo, por la barbarie de la guerra civil. Que yo no tuve ocasión de vivir pero sí sentí el efecto de sus atroces rescoldos.
Son muchas las cosas ya desaparecidas que recuerdo con toda nitidez. Pero que ya no existen y su lugar está ocupado por otras para mí desconocidas. Sobre todo las papelerías que es donde venden lo necesario para materializar mis ensueños. Ni está La Imprenta Muñoz, ni El Diario de Huelva, ni La Imprenta Mojarro. En cambio está lo que está en todos los sitios, como Zara, Adolfo Domínguez y El Corte Inglés. La plaza del mercado está en pura demolición y un modernísimo mercado ha surgido fulgurante.
Y, claro, la gente ha cambiado mucho. Ninguno de los jóvenes que me cruzo por la calle había nacido cuando yo, como ellos ahora, era joven. Y muchos contemporáneos no nos reconocemos. De modo que cuando saludé a Perico, hermano menor de mi amigo y compañero de curso Adolfo se quedó pensando…y exclamó por fin ¡¡¡TOMÁS!!!
Yo si sabía quien es, porque desde hace quince años es el alcalde.
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