EL SEÑOR DE LAS MAREAS.
De joven ya era consciente que en Huelva hay unos parajes extraordinariamente bellos. Algunos de esos lugares son muy famosos, como el Coto de Doñana, mientras que hay otros menos reconocidos como las Marismas del Odiel, que son muy extensas y muy pobladas por una flora y una fauna muy singulares. Y hay otros muchos, como el Rompido y Mazagón y muchos más. Si no habéis ido no lo dejéis para más tarde.
El de las marismas es un terreno plano y fangoso que en parte está cubierto por una vegetación enana entre marrón y verde cálido, que las mareas oculta completamente en pleamar y que va descubriendo cuando va bajando.
El caudal principal es el de la Ría del Odiel. Pero hay otras aguas más someras como el río de Punta Umbría y también canales, como el Burro Grande y el Burro Chico. Que rodean las islas Saltés, de ahí mi seudónimo, y Bacuta, que tiene grandes salinas con una considerable población de flamencos.
Además de los ríos y de los canales hay muchos esteros que como por arte de magia desaparecen bajo las aguas de la pleamar o se vacían completamente en la bajamar. Y entre esos extremos parecen ríos de bastante entidad. Esos cambios tan increíbles se producen dos veces cada día ¡Es alucinante!
En ese húmedo paraíso navega de vez en cuando, pero a lo largo de muchos años, mi amigo Chuchi. Que es uno de los más veteranos amigos de postín.
Nos conocimos hace más de medio siglo en las aulas que tenía Don Nicolás en la Calle Rábida. Allí íbamos a parar (él procedente de los Maristas, yo del Instituto) en verano por nuestra mala cabeza, para intentar enderezar en Septiembre lo que habíamos torcido en Junio.
Superado el bachillerato él se fue a estudiar primero a Cádiz y luego a Sevilla y yo a Barcelona y a Madrid. Pero en verano volvíamos a Huelva. Ya sin apuros académicos no teníamos que ir a colegio alguno. Por las tardes nos reuníamos con Alberto, al que llamábamos “el pájaro” * que es un amigo de postín ya presentado en este blog. Y con Fernando, que más tarde sería mi cuñado.
Solíamos ir a jugar a los dados por la tarde a las diversas tabernas tan frecuentes en aquella época, donde éramos un poco intrusos porque por lo general los parroquianos eran currantes que echaban la tarde en amable conversación. El vino era más bien malo y aguado. Se le llamaba vino peleón o latonero, pero cumplía bien su papel que era propiciar la conversación amistosa. Creo que ya esa clase de vino no se encuentra. Procedía del Condado, que es la comarca que ahora genera vinos de calidad, con denominación de origen, como es de sobra conocido.
Pero no era en aquellas tabernas donde mejor echábamos el rato sino cuando íbamos, muy de vez en cuando, a navegar por el Odiel, y por sus caños, en el barco de Chuchi.
Motivado por su espíritu inquieto cambiaba con frecuencia de embarcación, vendiendo la que tenía y comprando otra. En una de estas adquisiciones le preguntó su padre que si tenía los papeles.
¿Qué papeles?
Los de la patera.
Y ¿para qué quiero yo esos papeles?
¡Los tienes que tener! No vaya a ocurrir, por ejemplo, que el que te la venda no sea el dueño.
¡Anda papá! Que eres más desconfiado que una jaca tuerta.
El caso es que no se si fue en esa o en otra patera salimos a pescar un día por aquellos esteros. Tenía un motor fuera borda con una bujía que se “perlaba” con excesiva frecuencia. Lejos de frustrarse le satisfacía el poder ejercer de mecánico, que es otra de sus pasiones y pacientemente la desatornillaba, la soplaba, y la atornillaba de nuevo. En cambio se mostraba menos paciente para pescar. Apenas pasaban unos minutos estaba desesperado.
¡Vamos a dar un potalazo que aquí no pican!
Es decir cambiar de sitio. Y así varias veces.
¡Hoy no pican! ¡Nos vamos a tierra!
Como donde hay patrón no mandan marineros, fondeamos en una de esas islas, encendimos un fuego, y usando una lata como plancha asamos la carnada, que eran unas gambas pequeñitas pero estupendas. Y nos las comimos. Cambiando un futuro incierto por un presente satisfactorio.
Superado el bachillerato él se fue a estudiar primero a Cádiz y luego a Sevilla y yo a Barcelona y a Madrid. Pero en verano volvíamos a Huelva. Ya sin apuros académicos no teníamos que ir a colegio alguno. Por las tardes nos reuníamos con Alberto, al que llamábamos “el pájaro” * que es un amigo de postín ya presentado en este blog. Y con Fernando, que más tarde sería mi cuñado.
Solíamos ir a jugar a los dados por la tarde a las diversas tabernas tan frecuentes en aquella época, donde éramos un poco intrusos porque por lo general los parroquianos eran currantes que echaban la tarde en amable conversación. El vino era más bien malo y aguado. Se le llamaba vino peleón o latonero, pero cumplía bien su papel que era propiciar la conversación amistosa. Creo que ya esa clase de vino no se encuentra. Procedía del Condado, que es la comarca que ahora genera vinos de calidad, con denominación de origen, como es de sobra conocido.
Pero no era en aquellas tabernas donde mejor echábamos el rato sino cuando íbamos, muy de vez en cuando, a navegar por el Odiel, y por sus caños, en el barco de Chuchi.
Motivado por su espíritu inquieto cambiaba con frecuencia de embarcación, vendiendo la que tenía y comprando otra. En una de estas adquisiciones le preguntó su padre que si tenía los papeles.
¿Qué papeles?
Los de la patera.
Y ¿para qué quiero yo esos papeles?
¡Los tienes que tener! No vaya a ocurrir, por ejemplo, que el que te la venda no sea el dueño.
¡Anda papá! Que eres más desconfiado que una jaca tuerta.
El caso es que no se si fue en esa o en otra patera salimos a pescar un día por aquellos esteros. Tenía un motor fuera borda con una bujía que se “perlaba” con excesiva frecuencia. Lejos de frustrarse le satisfacía el poder ejercer de mecánico, que es otra de sus pasiones y pacientemente la desatornillaba, la soplaba, y la atornillaba de nuevo. En cambio se mostraba menos paciente para pescar. Apenas pasaban unos minutos estaba desesperado.
¡Vamos a dar un potalazo que aquí no pican!
Es decir cambiar de sitio. Y así varias veces.
¡Hoy no pican! ¡Nos vamos a tierra!
Como donde hay patrón no mandan marineros, fondeamos en una de esas islas, encendimos un fuego, y usando una lata como plancha asamos la carnada, que eran unas gambas pequeñitas pero estupendas. Y nos las comimos. Cambiando un futuro incierto por un presente satisfactorio.
10 comentarios:
Querido y admirado Saltes:
Me llamo Sergi y desearia poder contactar con usted.Le anoto mi email...sergivillaescusa@hotmail.com
Me encanta su blog,lo sigo a muy a menudo.
Un abrazo!!!
¡Muxhas gracias Sergi!
Nada admirable hay aquí salvo el que nos podamos encontrar en la red
¡¡¡Un abrazo!!!
Me ha gustado mucho esta historia! es sencilla y cortita pero cuenta muchas mas cosas de las que están escritas...
Gracias Edu. Aunque parezca que no, las historias no las inventa el q las escribe sino el q las lee.
Socio, me ha dicho Ana que estás pensando disolver la sociedad; y tienes razón, porque últimamente no comento casi nada, pero no porque no lea las entradas, que las leo, sino porque no me siento muy inspirado.
Pero bueno, por aquí me paso para responder a la OPA que están lanzando por ahí, jeje...
Socio, esto tiene q ser, en todo caso, una devoción. Nunca una obligación. Tranquilo q los muebles están salvados, ya q me dices que sigues al loro. Si quieres puedes acceder al estatus de "socio durmiente" Y ya ves lo importante q es eso. Un fuerte abrazo.
Has degradado la embarcación en la que fuistes a pescar.No era una patera.Era una buceta de vela que se llamaba "Chón",y tenía de matrícula FH 125 LR.Las gambas las comprastes tú.Eran de muy buen tamaño y daba pena usarlas de cebo.Un abrazo.Chuchi
Ha sido sin querer Chuchi. Yo recuerdo un barco de vela, que no se si era ese, que los dueños anteriores eran una pareja, que hacían muescas en la borda de los polvos efectuados a bordo. Y tenían bastantes muescas. Un abrazo.
¡¡¡¡Ese era!!!!.Seguiré fiel a tu blog.Un abrazo
¡Es que parece que fué ayer!¡¡por no decir hoy!!
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