Salterio Online

Bienvenidos al blog de Tomás Garcia Asensio también conocido como Saltés. Los que me conocen sabrán de que va esto, y los que no, lo irán descubriendo...

miércoles, 10 de febrero de 2016

La resurrección de los colores.


RIVALIZAR CON DIOS EN COLORES.

Hace tiempo que me leí por primera vez uno de los libros que más me han gustado. Se titula "Hombres y moléculas" de Carl R. Theiler. Trata de divulgación científica relativa a la química industrial. Me interesé en ese libro porque explica muy bien el origen de los colores sintéticos, que se produjo a mediados del siglo XIX.

Hay que tener en cuenta que ese es el siglo en el que Mary Shelley escribió la novela "Frankenstein o el moderno prometeo". Es la época en la que gallardamente el hombre se revela y quiere rivalizar con Dios. No tanto soplando sobre una figura de barro para darle vida, como restituyendo vidas destruidas por la muerte.

Uno de esos sabios en la sintonía de Frankenstein es el químico alemán August Wilhelm Hofman, director de The Royal College of Chemistri en el Reino Unido. cargo que desempeñó brillantemente, hasta que se volvió a Alemania en 1865 para participar en la naciente industria química alemana. Investigó con anilina, subproducto del alquitrán de la hulla, que a su vez es el residuo de ese carbón mineral después de habérsele extraído el gas del alumbrado. Hofmann dijo muy significativamente:

               "Se me pregunta si estas sustancias pueden ser de alguna utilidad. He de confesar que       con ellas no puede teñirse calicó ni puede curarse ninguna enfermedad conocida. Pero              confío en que con el tiempo lograremos incluso estas cosas"

Porque el carbón de piedra no es una piedra cualquiera. En el sentido de que no ha pertenecido desde siempre al reino mineral. Sino que alguna vez perteneció al reino vegetal, que como el animal es un reino vivo. Eso lo tenían claro Hofmann y los sabios de la época. De modo que la química orgánica, también llamada química del carbono es la química presente en los seres vivos. Y sintetizando esas piedras que antes estuvieron vivas querían lograr, y de hecho lograron, sustancias que antes tan solo podían producir los seres vivos. Pensarían que la muerte no las habrían matado definitivamente, sino que de algún modo podrían estar vivas como la Bella Durmiente, y que no habría que perder la esperanza de lograr despertarla algún día, por lo menos parcialmente.

Y de aquellos planteamientos teóricos produjeron una realidad industrial de un enorme valor económico: la fabricación industrial de tintes que anteriormente tan solo podían obtenerse a partir de plantas o de animales. Los tintes tienen mucha importancia, porque la Revolución Industrial nació, no se olvide, en torno a la fabricación de tejidos, y estos tienen que ser teñidos en su inmensa mayoría.

Quien resultó ser iniciador de esa revolución industrial cromática fue William Perkin, discípulo de Hofmann.

Estalló esa revolución en 1856 cuando William Perkin, tenía tan solo 18 años, trabajando con anilina en el laboratorio, que se había construido en el patio de su casa, obtuvo un residuo violeta muy llamativo, que llamó MAUVERINA, con el que tiñó tiras de tejido de seda, que luego expuso a la influencia del sol, resultando muy estable. Con gran tenacidad impulsó su invento, alcanzando un éxito enorme, como indica que aquella época fuera conocida como la "Década Malva" como indica que en 1868 la Reina Victoria fuera vestida de malva a la boda de su hija, así como la emperatriz Eugenia, esposa de Napoleón III.

Se produjo una actividad frenética en el sector de la química industrial. El propio Hofmann, que había sido crítico con la orientación mercantilista que su discípulo, produjo dos famosos colores, el violeta Hofmann y el Verde Nilo.

La fiebre pasó a Francia, donde Emmanuel Vergin inventó la ALIZARINA, derivada también de la anilina con la que fabricó un tinte que llamó fucsina, porque era parecido al color de una flor llamada fucsia. El progreso fue claro porque el rojo es un color mucho más importante que el violeta.

Tras lograse esos colores totalmente artificiales se emprendió un camino muy realista: descubrir la estructura química de los colores naturales para poder producirlos artificialmente, de modo mucho más barato.

El rojo tradicional se obtenía de la alizarina que se extraía de la raíz de la rubia, que es una planta que con ese fin se cultivaba masivamente. Los químicos alemanes Grabe y Liebermann se pusieron manos a la obra para desvelar ese secreto natural, tratando alizarina con polvos de cinc y descubrieron que la alizarina se podía derivar del antraceno, que también puede obtenerse del alquitrán de la hulla. Perkin desarrolló el método para producir alizarina sintética y en pocos años se liberaron 150.000 Ha. dedicadas al cultivo de la rubia para cultivar trigo.

Luego le tocó el turno al ÍNDIGO, que es el más importante de de todos los tintes ¡es el color de los pantalones vaqueros! A cuya producción estaban de dedicadas enormes plantaciones en Bengala. El químico suizo Karl Heumann descubrió que podía sintetizarse a partir de la naftalina, también derivada del alquitrán de la hulla.

El alemán Paul Fiedländer le puso proa al PÚRPURA, el mítico tinte de las togas de los emperadores romanos, para lo cual empleó 12.000 cañaillas, o caracoles marinos más finamente llamados múrice. Extrajo tan solo 2 gramos. Pero tuvo suficiente para poder averiguar que la estructura química era muy parecida a la del índigo. La diferencia está en que en el índigo por oxidación con el aire se produce azul, mientras que en el múrice moléculas de bromo del agua produce púrpura.

Ni que decir tiene que todo el índigo que se utiliza hoy es sintético. Podría ocurrir que el tan admirado color púrpura se pudiera producir masivamente, pero no se hace porque tanto el púrpura imperial como el sintético son colores inestables y palidecen con facilidad, por lo que se recurre a otros rojos más estables e igualmente bellos ¡aunque esto es algo que me gustaría comprobar personalmente!

Ahora se impone una aclaración.

Lo explicaré mal para que se entienda bien (de otro modo no podría hacerlo).

Como es sabido la percepción del color se debe a la reflexión parcial, total o nula de la luz que inciden sobre los objetos, de modo que si objeto refleja toda la luz que recibe se percibe como blanco. Si la absorbe toda se percibe como negro. Si absorbe una parte refleja la que no absorbe, de modo que si rechaza ondas largas se verá rojo, o naranja o amarillo, depende de lo largas que sean, si rechaza las ondas medias se verá verde y rechaza las cortas se verá azul o violeta.

Pero eso ocurre tan solo en la zona llamada "espectro visible" comprendida entre 1/40.000 y 1/70.000 mm. Pero si ocurre fuera de esa zona ¡ni nos enteramos! de modo que veremos de color blanco lo que otros seres podrían ver de otro color ¡algo que es totalmente inimaginable!

O sea, que vemos el efecto de la energía rechazada ¿pero qué pasa con la absorbida? ¿para qué la quieren las sustancias que la absorben? ¡Pues para irse de parranda!

Veamos: los electrones de la órbita más externa de los elementos pueden estar en dos, digamos, subórbitas. Una de tranquilidad y otra de excitación. Es decir que están tranquilos o están excitados. Y estarán tranquilos si carecen de la energía "que les pone", y excitado si disponen de ella. Y si reciben un paquete de energía hacen uso de la que les gusta y rechazan el resto. La energía deseada no es la misma para todos, por eso unos absorben unas y otros otras, y de ahí los lindos colores que tienen las flores en la primavera.

¿Qué pasa con la anilina? Pues que no "le pone" ninguna energía del espectro visible. Si lo hace alguna fuera de esa zona del espectro ni lo sabemos ni lo podemos saber, pero está claro que las energías capaces de excitar le rondan, de modo que por pequeñas alteraciones provocada por reacciones con elementos químicos como una oxidación les meten de lleno en la zona dominada por el ojo humano.

Durante esa segunda mitad del XIX y principios del XX se patentaron una infinidad los colores sintéticos. Entre 1877 y 1914 se distribuyeron solamente en Alemania 10.000 patentes en las que se describen 50.000 colorantes diferentes. En aquella inmensidad pasó desapercibido un rojo rubí producido por la casa Bayer de Leverkusen llamado PRONTOSIL. En realidad camuflado cromáticamente se había colado un poderoso antiséptico, debido al químico Gerhard Domagh quien lo había probado con éxito en ratas y conejos infestados a propósito con estreptococos. Pero por desgracia enfermó gravemente de esa infección una niña hija del propio Domagh, quien aterrado se atrevió a inyectar a su propia hija una dosis masiva de su tinte rojo ¡y la niña sanó!. Con lo que se cumplió el presentimiento de Hofmann al principio de ese proceso:

               "Se me pregunta si estas sustancias pueden ser de alguna utilidad. He de confesar que       con ellas no puede teñirse calicó ni puede curarse ninguna enfermedad conocida. Pero              confío en que con el tiempo lograremos incluso estas cosas"

Porque no solo se desarrolló una extensísima gama cromática artificial sino que además se abrió paso a las sulfamidas, que antes de la aparición de los antibióticos sirvieron para salvar muchas vidas.





1 comentario:

Mercedes dijo...

¡Qué maravilla, Tomás! Hacía mucho que no venía por tu blog, menos mal que lo he hecho. Mercedes