LAS CUENTAS QUE SO
SALEN.
Nadie es un Robinson en esta
vida. Todos tenemos relaciones de supervivencia con otros. Ni siquiera Robinson,
que tenía a Viernes. Y Viernes a Robinson.
Vivimos, y siempre se ha vivido, en
el imperio de la relatividad. Nada es absoluto. Ni siquiera la pasta. Ni la
propiedad de la pasta. Es absurdo pretender que haya un clavo objetivo del que
se pueda colgar todo.
No obstante siempre se tropieza
en la misma piedra. Los bancos y las cajas, prestan pasta (pasta que no es suya
sino de los que la han dejado allí guardada). Y se la prestan hasta a los que
saben positivamente que no la pueden devolver. En la confianza de que si dejan
de pagar se harán con el bien adquirido con el préstamo y seguirán cobrando de
los avalistas.
Eso no ha funcionado y esas cajas
y esos bancos han quebrado.
En el plano político, y en relación
con eso mismo ha pasado igual. La clase política se ha profesionalizado. Y cada
cual para estar en el poder, o en la oposición, tiene que ser elegido. Y para ello
los cargos públicos derrochan a cuenta
del Estado endeudándolo. Y los que le prestan la pasta lo hacen en la confianza
de que los intereses de demora de una deuda impagable les van a producir
beneficios en progresión geométrica.
Eso no funciona y los estados quiebran.
El valor absoluto y sagrado de la pasta prestada desvalija a los estados, los
arruina.
Los estados se encuentran en la
necesidad de aligerar los gastos y despiden a sus empleados, con lo que el paro
crece y crece. Reduce las prestaciones de desempleo y la gente desesperada
aumenta escandalosamente. Sumándose este efecto demoledor al desastre producido
por la ruina bancaria.
Pero el proceso de adelgazamiento
inevitable del estado lo aprovechan los gobernante de derecha para propiciar a
los empresarios correligionarios los grandes negocios.
Y una minoría se forra y una
mayoría se arruina. Porque se quiere que las empresas sean rentables ¡como sea! aumentando la
producción y disminuyendo los gastos de explotación, de los que una parte importantísima son los salarios de los trabajadores.
Pero la realidad no es tan simple porque si el conjunto de las empresas de un país
necesitan para su funcionamiento un número de trabadores que sumado al del sector público es menor del necesario
para el mantenimiento de su población ¿qué se hace?
¡Pues que emigren los sobrantes! Es
la solución que ofrecen.
¿Y si no pueden, o no quieren, o
fuera no los admiten?
Pues que se jodan o que se mueran
¿no?
Es que no puede ser así.
El estado tiene que forzar a que
se produzca el pleno empleo ¡como sea! Y no puede consentir a las empresas que
dejen desamparada a la sociedad de la que se sirve, porque de ella son los
trabajadores, los clientes y la empresa misma.
Que los dueños de las empresas se
forren no puede ser un fin en sí mismo. El fin decente es el auxilio mutuo. Si
de camino se forran ¡pues miel sobre hojuelas!
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