¡Hermano bebe que la vida es breve!

Este es el nº 250 del Salterio que se lo dedico a los que recogierron los REYES en casa. ARTE EFÍMERO.

Afirmar que el arte es efímero resulta tautológico, porque todo arte lo es.

Un arte puede ser más o menos duradero, pero al final todo arte palma, se arruina y se lo traga la tierra. Lo que ocurre es que surgen ideas restauradoras, se reconstruye cualquier cosa, se repara, se repinta, se limpia, pero no mucho porque si no es imposible dar el pego. Se hacen pátinas de nuevo cuño que parece que la antigüedad se ha posado en las peanas y las paredes de los museos. Esto me hace recordar la antigua cafetería Viena Capellanes de la calle Tutor de Madrid antes de que la reformaran y como la nueva cafetería tiene un aspecto infinitamente más antiguo del que tenía la verdaderamente antigua.

Hay artes que son evidentemente efímeras, como los fuegos artificiales y por eso producen inquietud. Pero toda exposición es una instalación y toda instalación es efímera, porque la montan y la desmontan y entonces desaparece.

Que se conserven las piezas no hacen de ese hecho artístico algo imperecedero, porque cuando se instale en otro sitio ya no será lo mismo ¡Pero si las piezas se destruyen lo efímero se hace evidente! Como las cerámicas neolíticas del chino Wei Wei que las rompe en mil pedazos. Están las fotos del hecho, pero la ceámicas en cuestión se han jodido.

El día 6 de este nuevo año se lo he dedicado al arte efímero, porque durante dos o tres días antes los he dedicado, en jornadas agotadoras, a empaquetar los regalos de reyes en forma de animalitos. Hace un par de años tuve la humorada de darle forma de animales a los paquetes, pero empleé un rato tan solo, y a mi sobrina Elena le encantó y me lo ha estado recordando y pidiendo contínuamente. Este año he decorado a fondo los más de 40 regalos.

Al final del post hay una foto en la que se aprecia, malamente, algunos de los paquetes. Y cuando toda la tropa se lanzó a pillar y descubrir sus regalos aquella fauna de papel iba mermando hasta sucumbir completamente. Sol, la más pequeña del grupo, de tan solo dos años, mostraba su perplejidad y su disgusto. Mi hija Ana, y supongo que alguien más, quiso conservar lo inconservable, guardando algún envoltorio ya vacío y descuajaringado. A mí no me da pena, porque sé que tiene que ser así. Porque, como les decía constantemente a mis alumnos en situaciones más o menos parecidas ¡la vida es como es!

Ya he complacido a Elena pero para el año que viene voy a repatir la operación porque me lo ha pedido Ana.