CUANDO YO ERA POBRE.
No soy rico, pero tampoco pobre. Cuando era pobre estaba muy bien, como ahora, chispa más chispa menos. Y eso es lo que me dijo mi amigo Cristóbal que le oyó decir a Botero por la radio en una pequeña entrevista que le hicieron en un programa que trataba de la obesidad.
Decía que cuando estudiaba en Madrid, en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, donde estudié yo, era pobre, después fue rico, pero que no notaba mucha diferencia, que vivía más o menos igual. Luego le preguntaron que si es verdad que tenía un Jaguar. Dijo que no, que no tenía un Jaguar. Que tenía dos. Pero que ero tenía más bien poca importancia.
Yo no tengo ningún Jaguar, tengo un Fiesta de más de diez años, que me encanta. Tiene muchos arañazos y pequeñas abolladuras, que podría quitarle porque lo tengo a todo riesgo, pero que no le quito porque impoluto me iba a durar poco ¡total, qué más da!
Si me dijeran, que no me lo van a decir, que me lo cambiaban por un Jaguar nuevo, diría que no. Menudo disgusto me iba a llevar con el primer arañazo ¡qué agobio! Porque si hay algo seguro es que lo dañaría rápidamente. Es que conduzco de pena, y nunca voy a aprender.
Yo era pobre cuando estudiaba en San Fernando. De todos modos tengo instinto para acomodar mis recursos a mis necesidades, incluso cuando estuve en Paris en el 66 ¡que era más pobre todavía! nunca me he quedado varado por falta de pasta. Pero allí estaba al borde de la ruina continuamente. Me sustentaba de vender dibujos en el Pont des Arts y el margen de seguridad era verdaderamente mínimo.
De aquella época tengo un record de pobreza. A ver ¿quién de ustedes ha recibido algo de un clochard?
Yo lo he recibido, un cigarrillo Galouises.
Un atardecer, cuando finalizaba una jornada en el Pont des Arts, estaba sentado en un banco y se sentó a mi lado un clochard. Miró los dibujos complacido y diciéndome que tenía talento me ofreció un cigarrillo. Hubiera sido una conversación de lo más interesante si mi francés no fuera tan desastroso.
No se que le parecerá a cada uno un mendigo. Pero parecen estar en un plano tan alejado con esa pinta. Pues cuando hablé con aquel no me pareció tan raro. Es como si alguien totalmente corriente estuviera disfrazado. Aquello me sirvió para darme cuenta que son como todos, de carne y hueso. Con una extraña profesión, porque cualquier profesión que no sea la propia resulta extraña ¡no me veo vendiendo pescado en la plaza! por poner un ejemplo.
Allí vivía tan estrechamente, en mi ínfimo hotel (es un decir) del Barrio Latino, alimentado casi exclusivamente de baguettes, queso camenbert y cartones de leche, y siempre agobiado porque si no lograba vender ningún dibujo ¡¿qué sería de mí?!
Cuando volví en autostop, como había ido, y llegué a San Sebastián me dije: ¡Hay que ser gilipollas! Vivir angustiado por esa tontería y no poner los cinco sentidos (no puse los cinco, pero puse cuatro) en algo verdaderamente increíble.
Porque, claro, aquel Paris y el de hoy son bastante parecidos. Como son parecidos al Madrid actual (no exactamente, ya lo sé) ¡Pero es que la diferencia abismal que existía entre la España y la Francia en el 66 era de no creérselo! Ese franquismo fue como una niebla espesa que nos tenía a todos sumidos en una ceguera casi absoluta. Y Paris era de una claridad deslumbrante. Como lo es ahora, pero por contraste se notaba aún más.
No acabo de comprender como todo el mundo anda perdiendo el culo por ser o por aparentar ser rico o no ser pobre ¡si es lo de menos! Lo que no se puede es vivir en desequilibrio, rico o pobre.
Y desde luego la moraleja que saqué de aquella historia es que tiene mucho delito estar viviendo de puta madre y no notarlo al estar distraído por algo intrascendente. Me prometí a mí mismo que nunca más ocurriría, y os puedo asegurar que nunca más ha ocurrido. Ni ocurre, ni creo que ocurra.
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