Este post, precedido de este dibujo, que no es del Salterio, se lo dedico a Alfonso y a Pilar. EL PINTOR CIEGO.
Después de que un super-músico como Beethoven fuera sordo no debe extrañar mucho el que haya pintores ciegos. Pero, con todo y con eso, un ciego que sea pintor, dibujante y escultor choca lo suyo. Yo conocí a uno y os lo voy a contar.
Hace ya mucho tiempo, cuando estudiaba, vivía en el colegio mayor Guitarte y tenía dos compañeros músicos que eran ciegos, Simón y Juan. Y, por surrealista que parezca, los llevaba al Museo del Prado y a ver exposiciones.
Le explicaba lo que veía y lo que me parecía. Es algo absurdo, lo reconozco, pero no más que retransmitir partidos por la radio ¡y se hace!
Una vez visitamos la que seguramente sería la primera exposición de Picasso en Madrid después de la guerra, en el Museo de Arte Contemporáneo, cuando estaba en el piso bajo de la Biblioteca Nacional. Era una exposición de grabados que yo iba describiendo. Ante uno de ellos iba diciendo:
Se ven figuras. Unas grandes y otras más pequeñas…
¿No estarán en perspectiva? Me interrumpió Juan.
¡Coño, pues es verdad! El ciego se había dado cuenta de lo que a mi se me había pasado desapercibido.
También vimos la exposición de Velázquez en el Casón en el año de Maricastaña, en la que nuestra presencia despertó algún asombro entre otros visitantes.
El caso es que pasaron muchos años y un día Juan me llamó para ver si quería “peritar” una solicitud de beca de la ONCE para financiar un taller de artes plásticas para ciegos. Era una pasta la que solicitaba, 3 kilos de hace bastantes años. Le dije que encantado ¡como me podía perder eso!
La casa del solicitante estaba cerca de la glorieta del Marqués de Vadillo. Juan llamó al portero automático y cuando le contestaron dijo con voz sombría: “Somos de la organización” ¡No cabía en mí de gozo!
Subimos las escaleras y entramos en un piso más bien pequeño atestado de muebles. No sabía cómo se apañaría en aquel laberinto aquel matrimonio de ciegos.
A la esposa ya no la recuerdo, pero el que había pedido la beca era encantador y nos enrollamos enseguida ¡porque era un auténtico artista! Y eso yo lo noto en seguida.
Nos enseñó los cuadros que tenía por allí colgados, y dijo que no tenían importancia. Y así era. De colores chillones correspondían por no se qué sistemas a experiencias cromáticas que todavía experimentaba a pesar de que ya era totalmente ciego, aunque no de nacimiento. Eso era debido a que si se frotaba los ojos veía colores. Parece que esas son experiencias muy corrientes, pero a mi no me pasan. Aunque recuerdo que de pequeño si me frotaba los ojos veía chirivitas.
Inmediatamente dejamos tales divagaciones y entramos en materia. Habló de sus investigaciones estéticas que rayaban en la psicología. Cómo había hecho unos rectángulos de cartón en diversas proporciones que había presentado a una población de ciegos para que manifestaran sus preferencias, para luego correlacionarlas con el grado cultural de los entrevistados. La conclusión a la que había llegado es la siguiente:
A los más incultos les daba igual unos que rectángulos que otros.
Los medianamente cultos preferían el cuadrado.
Los más cultos todavía preferían el rectángulo suma de dos cuadrados.
Los cultísimos preferían el rectángulo áureo.
Me pareció en ese momento que estaba más interesado en objetivar la emoción artística que en la propia creación, pero me interesó muchísimo, porque tratar de racionalizar la subjetividad propiamente artística es algo que siempre me ha interesado especialmente.
Estaba claro que nos encontrábamos ante un artista plástico, y el que fuera o no ciego no pasaba de ser meramente circunstancial.
Luego pasamos a una mesa de dibujo con un tecnígrafo, y nos enseñó sus dibujos, que trazaba clavando agujas de coser de distintos grosores. Del mismo modo que se usan “rotrings” de 0,2 - 0,4 y 0,8, nuestro amigo usaba agujas de coser de tres calibres. Eran dibujos constructivistas en braille que estaban muy bien.
Iba sumando puntos.
Luego nos dijo que le habían preparado el goniómetro de su tecnígrafo. Como mucha gente no sabe como son, digo que los tecnígrafos consisten en dos reglas en ángulo recto que se desplazan por el tablero mediante un brazo articulado o mediante dos carriles perpendiculares entre sí. Y dicho ángulo puede girar en torno a su vértice, accionando un pomo. Yo vi que el pomo era más abultado de lo normal. Nos dijo que el goniómetro mostraba el valor del ángulo en una pantallita de cristal líquido, e hizo una demostración. Pensé: ¡bastante importa que el cristal sea líquido, sólido o gaseoso! No había terminado mi impertinente pensamiento cuando accionó el pomo, y se oyó una voz proveniente del aparato: “ochenta grado, veinte minutos, treinta segundos” Había quedado claro que la fe mueve montañas y la voluntad cordilleras.
Más puntos.
Aún quedaba por ver el último prodigio. La máquina con las que hacía sus esculturas.
Era un banco de carpintero mecanizado. Consistía la mecanización en una sierra circular que cuando la accionaba giraba rugiendo dejándose de ver sus agudos dientes de tiburón. También tenía una sierra caladora que subía y bajaba rapidísimamente. Y una fresadora que daba miedo. Y un terrorífico cepillo, que consistía en un cilindro con una cuchilla a lo largo de una generatriz, que giraba enloquecidamente y ponía los pelos de punta.
Pero ¡¿cómo puedes manejarte con todo eso?! ¡¡Te puedes matar!!
¡Qué va! No me equivoco nunca. Jamás he tenido el más leve percance, porque me voy aproximando con la madera que quiero trabajar con cuidado, por este lado…No podía salir de mi asombro.
Hace ya mucho tiempo, cuando estudiaba, vivía en el colegio mayor Guitarte y tenía dos compañeros músicos que eran ciegos, Simón y Juan. Y, por surrealista que parezca, los llevaba al Museo del Prado y a ver exposiciones.
Le explicaba lo que veía y lo que me parecía. Es algo absurdo, lo reconozco, pero no más que retransmitir partidos por la radio ¡y se hace!
Una vez visitamos la que seguramente sería la primera exposición de Picasso en Madrid después de la guerra, en el Museo de Arte Contemporáneo, cuando estaba en el piso bajo de la Biblioteca Nacional. Era una exposición de grabados que yo iba describiendo. Ante uno de ellos iba diciendo:
Se ven figuras. Unas grandes y otras más pequeñas…
¿No estarán en perspectiva? Me interrumpió Juan.
¡Coño, pues es verdad! El ciego se había dado cuenta de lo que a mi se me había pasado desapercibido.
También vimos la exposición de Velázquez en el Casón en el año de Maricastaña, en la que nuestra presencia despertó algún asombro entre otros visitantes.
El caso es que pasaron muchos años y un día Juan me llamó para ver si quería “peritar” una solicitud de beca de la ONCE para financiar un taller de artes plásticas para ciegos. Era una pasta la que solicitaba, 3 kilos de hace bastantes años. Le dije que encantado ¡como me podía perder eso!
La casa del solicitante estaba cerca de la glorieta del Marqués de Vadillo. Juan llamó al portero automático y cuando le contestaron dijo con voz sombría: “Somos de la organización” ¡No cabía en mí de gozo!
Subimos las escaleras y entramos en un piso más bien pequeño atestado de muebles. No sabía cómo se apañaría en aquel laberinto aquel matrimonio de ciegos.
A la esposa ya no la recuerdo, pero el que había pedido la beca era encantador y nos enrollamos enseguida ¡porque era un auténtico artista! Y eso yo lo noto en seguida.
Nos enseñó los cuadros que tenía por allí colgados, y dijo que no tenían importancia. Y así era. De colores chillones correspondían por no se qué sistemas a experiencias cromáticas que todavía experimentaba a pesar de que ya era totalmente ciego, aunque no de nacimiento. Eso era debido a que si se frotaba los ojos veía colores. Parece que esas son experiencias muy corrientes, pero a mi no me pasan. Aunque recuerdo que de pequeño si me frotaba los ojos veía chirivitas.
Inmediatamente dejamos tales divagaciones y entramos en materia. Habló de sus investigaciones estéticas que rayaban en la psicología. Cómo había hecho unos rectángulos de cartón en diversas proporciones que había presentado a una población de ciegos para que manifestaran sus preferencias, para luego correlacionarlas con el grado cultural de los entrevistados. La conclusión a la que había llegado es la siguiente:
A los más incultos les daba igual unos que rectángulos que otros.
Los medianamente cultos preferían el cuadrado.
Los más cultos todavía preferían el rectángulo suma de dos cuadrados.
Los cultísimos preferían el rectángulo áureo.
Me pareció en ese momento que estaba más interesado en objetivar la emoción artística que en la propia creación, pero me interesó muchísimo, porque tratar de racionalizar la subjetividad propiamente artística es algo que siempre me ha interesado especialmente.
Estaba claro que nos encontrábamos ante un artista plástico, y el que fuera o no ciego no pasaba de ser meramente circunstancial.
Luego pasamos a una mesa de dibujo con un tecnígrafo, y nos enseñó sus dibujos, que trazaba clavando agujas de coser de distintos grosores. Del mismo modo que se usan “rotrings” de 0,2 - 0,4 y 0,8, nuestro amigo usaba agujas de coser de tres calibres. Eran dibujos constructivistas en braille que estaban muy bien.
Iba sumando puntos.
Luego nos dijo que le habían preparado el goniómetro de su tecnígrafo. Como mucha gente no sabe como son, digo que los tecnígrafos consisten en dos reglas en ángulo recto que se desplazan por el tablero mediante un brazo articulado o mediante dos carriles perpendiculares entre sí. Y dicho ángulo puede girar en torno a su vértice, accionando un pomo. Yo vi que el pomo era más abultado de lo normal. Nos dijo que el goniómetro mostraba el valor del ángulo en una pantallita de cristal líquido, e hizo una demostración. Pensé: ¡bastante importa que el cristal sea líquido, sólido o gaseoso! No había terminado mi impertinente pensamiento cuando accionó el pomo, y se oyó una voz proveniente del aparato: “ochenta grado, veinte minutos, treinta segundos” Había quedado claro que la fe mueve montañas y la voluntad cordilleras.
Más puntos.
Aún quedaba por ver el último prodigio. La máquina con las que hacía sus esculturas.
Era un banco de carpintero mecanizado. Consistía la mecanización en una sierra circular que cuando la accionaba giraba rugiendo dejándose de ver sus agudos dientes de tiburón. También tenía una sierra caladora que subía y bajaba rapidísimamente. Y una fresadora que daba miedo. Y un terrorífico cepillo, que consistía en un cilindro con una cuchilla a lo largo de una generatriz, que giraba enloquecidamente y ponía los pelos de punta.
Pero ¡¿cómo puedes manejarte con todo eso?! ¡¡Te puedes matar!!
¡Qué va! No me equivoco nunca. Jamás he tenido el más leve percance, porque me voy aproximando con la madera que quiero trabajar con cuidado, por este lado…No podía salir de mi asombro.
Por supuesto que informé positivamente su petición. Y me quedé pensando que cuántos bancos como el suyo podría comprar con los tres millones. Y si sus alumnos serían tan cuidadosos como él. Porque sino…¡Menudo cargo de conciencia el mío!
3 comentarios:
Hola Tomás! La historia es genial!
Hace poco ví una peli malilla en el cine, en una escena aparecia un mendigo negro y ciego en una calle de nueva york vendiendo figuritas de papel. El hombre regalaba las figuritas a la gente dispuesta a describirle la mañana. La protagonista sosa de la peli no sabe que contar y le dice que es un día como cualquier otro pero el ciego le va haciendo preguntas y al final se da cuenta de muchas cosas que ella misma no veia.
Esto suena haberlo visto u oido antes en alguna otra parte... pero es verdad que a veces a pesar de tener ojos vamos por ahí más ciegos que nada...por suerte no es tu caso y por eso es tan divertido tu blog!
El disponer de sentidos, Edu, te asegura tan sólo la potencialidad de percibir. El percibir depende también del talento de cada uno para ponerse en situación y aprovecharla.
Pero el no poder disponer de posibilidades, aunque sea sobre el papel, tiene miga.
Cuando andaba con esos amigos ciegos íbamos a un colegio de la ONCE que hay al final de la Avenida de la Habana y vi a un chaval que era ciego y sordo-mudo ¡tela marinera! y Simón le cogió una mano y empezó a entenderse con él mediante el tacto, haciendo sobre la palma de la mano los signos de los sordo-mudos, pensados para ser vistos, pero en este caso para ser tocados.
Evidentemente hay algo muy negativo en todo esto, pero también hay algo muy positivo: la invulnerable voluntad para hacer valer el poder del talento humano.
Very good!
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