Este post, precedido por este dibujo del Salterio, se lo dedico a Elena que es ¡que caña! de cuenta cuentos.
Nunca hemos tenido animales en casa. Ni perros, ni gatos, ni nada. Tan sólo –a nuestro pesar- algunas hormigas y cucarachas. Bueno, también tenemos reptiles en el exterior: unas esquivas lagartijas y unas impasibles salamanquesas, que en alguien de nosotros despiertan un cierto temor totalmente injustificado.
Por eso me extrañó ver aparecer a mi doña en casa con un patito. Entonces nuestra hija menor era pequeña, y supuso que le gustaría. Pero a mí me sorprendió extraordinariamente.
Pasó el tiempo y aquel bicho empezó a crecer y a engordar, a comer y a cagar hasta que resultó francamente insoportable ¡era una auténtica máquina de hacer estiercol! Nosotros le traíamos cantidades ingentes de pienso que él transformaba eficaz y rápidamente en mierda. Lo ensuciaba todo. Como dominaba con su vuelo la tercera dimensión el porche donde habitaba lo tenía permanentemente cubierto con una nevada de caca blanquecina. El limpiar además de ser agotador resultaba totalmente inútil.
Yo tenía otra opinión de los patos, porque unos amigos que habían tenido uno en su piso me habían hablado de la inteligencia y afecto de su pato. Este nuestro no era así. Era un guarro, tan afectivo como un geranio y antipático. Su única actividad consistía en cagarlo todo. No se dejaba coger y si tras una encarnizada persecución conseguías atraparlo podía poner de manifiesto su única habilidad que era pasiva: si lo ponía patas arriba y le acariciabas la barriga se quedaba quieto, como extasiado.
Total que el bicho resultaba poco gratificante y resolvimos deshacernos de él. No creo que incurriéramos en delito alguno, pero de ser así, los hechos ocurrieron hace tantos años que habría prescrito.
Lo suyo hubiese sido sacrificarlo (el término, tan usual, me parece impropio y algo exagerado, porque me resulta más adecuado aplicarlo a lo mártires). Es decir que lo propio hubiera sido cortarle el pescuezo y guisarlo ¡que es lo que hay que hacer! máxime cuando, no es por alabarme, preparo un pato laqueado que no lo he comido tan bueno ni en Pequín (si es que estáis interesado en ello os digo la receta). Pero no lo matamos (cosa imposible para mí por falta de arrestos) ni lo mandamos matar, porque somos unos pervertidos urbanitas.
Hicimos algo mucho más vergonzoso, lo abandonamos. Pero no negligentemente, como hacen los dueños de perros cuando se van de veraneo, que los sueltan en la carretera…¡no! lo llevamos a un estanque con otros patos. Lo que pasa es que no lo sometimos a un proceso de adaptación como he visto en la dos que hacen con los orangutanes en la isla de Borneo ¡no sabemos! Ni lo medimos, ni lo pesamos, ni lo anillamos, ni le pusimos un emisor para seguirlo por satélite ¡joder! eso sobrepasa con mucho nuestras posibilidades.
Total, que aprovechando –traicioneramente- que nuestra niña estaba esos días fuera de casa perpetramos nuestro crimen. Tras una ardua persecución logré reducir al bicho, meterlo en una caja de cartón, atarla y meterla en el coche. Aleteaba dentro de la caja haciendo un ruido formidable, como un tambor tocado desde dentro ¡y consiguió zafarse! Imaginareis el zafarrancho para reducir al ave enfurecida que revoloteaba dentro del coche en marcha, los aleteos, sus gritos, los míos, mis blasfemias. Por fin pude hacerme con él, meterlo de nuevo en la caja, atarla, etc.
Cuando llegamos al parque yo portaba la sospechosa y ruidosa caja. Aquello era un furtivo acto de antirrobo. En realidad no queríamos sustraer nada, sino, por el contrario- adicionar algo, pero dudábamos de la legalidad de nuestra donación. Total que soltamos a nuestro pato entre los otros, aparentemente iguales, pero el muy gilipollas, que siempre se mostró tan esquivo, en aquella ocasión nos miraba desvalido y timorato y se venía con nosotros…¡qué horror! Qué felonía la nuestra.
Y a su vuelta nuestra niña nos reprobó por tan traidora conducta, con el pato y sobre todo con ella.
3 comentarios:
Jaja! Es verdad, cómo me la jugasateis... Aunque creo que te ha quedado más trauma a ti... :-)
Es que aunque tonto y cagón estuvo como dos años con nosotros y claro, abandonarlo de repente a su suerte...
Y no sabemos que fue de él...
Igual no le retorciste tú el pescuezo, pero nos lo hemos comido una de esas sesiones de pato laqueado... Te imaginas... :-(
Claro Ana, fué una traición en toda regla. Ahora que como el dagnificado fué un pato la cosa no es tan punible. Pero claro, todos los patos tienen su corazoncito, y todas las vacas y todos los cerdos. Por eso me parece tan respetable que Elenita no coma bichos ¡los bichos son muy humanos, o los humanos muy bichos! Por eso no me gusta tener bichos en casa, son como humanos a cuatro patas cubiertos de pelos o a dos cubiertos de plumas. Y no es agradable, y cuando te almuerzas un entrecot estás practicando canibalismo. El que no conozcas la historia personal del que te comes, o el que les impongan una horrible historia cárnica estabulándolos o enjaulándolos no cambia las cosas ¡la peli de Tim Burton tiene mucha cosa!
Yo tampoco he tenido nunca mascotas durante largo tiempo, únicamente un par de veces ocasionalmente. Recuerdo tener un pato algún día, aunque debió durarme muy poco. No sé qué fue de él. También tuve un pollo, este debió estar con nosotros durante un verano, y el pobre debía odiarme, porque cuando me veía salía corriendo despavorido. Me imagino que le hacía algunas perrerías. También tuve unas tortugas, que una noche dejé fuera en la terraza y murieron de deshidratación o algo parecido. En fin, que no tengo muy buena pata con los bichos.
Eso sí, cuando era pequeño mi hermana solía contarme el cuento del patito feo de una forma muy melodramática, y yo lloraba a lágrima viva.
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