Hoy que es Viernes Santo voy a recordar un poco mi infancia en torno a la Semana Santa onubense.
Yo era cofrade de la Real Cofradía del Santo Entierro de Huelva de la que mi vecino Curro *era Mayordomo, que no es tanto como Hermano Mayor, pero es un hermano bastante grande.
Tendría yo entre siete y diez años y no participaba por motivación religiosa sino por la fascinación del espectáculo tan teatral y tan llamativo de la Semana Santa . Por lo tanto nunca fui “capillita” que es como se designan a los fanáticos de las cofradías.
Mi vecino Curro “volvió” a su amada cofradía cuando la “dejo”, al pasar a mejor vida, Don Enrique. Se había retirado Curro porque no podía sufrir las despóticas extravagancias de este hombre, que por otra parte era familiar mal avenido.
Don Enrique era un tipo adusto, serio y antipático del que no tengo una imagen clara. Pero recuerdo que tenía costumbres horrorosas, como la de pellizcar dolorosamente a los niños en la mejilla hasta hacer que se les saltaran las lágrimas, para, seguidamente darle algunos caramelos. No se que teoría se traería entre manos, pero mi madre me dijo que no consintiera nunca más semejante atropello cuando le conté lo que me había hecho.
Hace mucho tiempo que no veo la Semana Santa onubense, ni otras tampoco. Creo que la última vez fue cuando mi sobrino Fernando, hoy prestigioso letrado, tenía tres o cuatro años. Lo recuerdo como si lo estuviera viendo ahora con su abrigo, como de oficial de la armada, azul marino con brillantísimos botones dorados y cuello negro de terciopelo. Estábamos sentados en la carrera oficial en la Calle Concepción. Cuando se aproximaba el paso de la Virgen de la Soledad, con los varales de plata, las flores, la infinidad de velas encendidas, el olor a cera y a incienso, etc. preguntó Fernandito: “¿canto una saeta?” a lo que respondimos rápidamente que sí, que la cantara. Y la cantó, sólo que confundió las fiestas y entonó el siguiente cántico:
En el portal de Belén
hay un viejo sin calzones
por delante y por detrás
se le ven los chicharrones.
Al tratarse de la más oficial de las cofradías onubenses, tras el paso de la virgen va una comitiva formada por el obispo, el gobernador civil, el alcalde y otras autoridades, que pudieron escuchar la “saeta” perfectamente. A mi me consta porque su eminencia reverendísima se partía de la risa.
Pero hay que reconocer que el Santo Entierro es literalmente algo muy heavy. Y, consecuentemente, el citado Don Enrique no estaba por dejar de resaltar ese rasgo cuando era jerarca de la hermandad. De modo que dispuso que entre el paso que lleva la urna con la imagen de Jesús muerto acompañado de las dos filas de penitentes de negro, con sus largos capiruchos, las caras tapadas y los cirios encendidos y el descrito de la Virgen se intercalara un paso titulado “El triunfo de la muerte” consistente en una o tres cruces, no lo recuerdo muy bien, con sus blancos sudarios colgados y movidos por la brisa, y un auténtico esqueleto humano, de pie, armado con una guadaña, y pisando una bola del mundo.
La verdad es que causó más que sensación desagrado. En Huelva a los esqueletos se les llama popularmente “canina” y el que sacara un paso con una canina ¡vamos! Tras el retorno de Curro las aguas volvieron a su cauce.
Dadas sus lúgubres aficiones supongo que el morir no le debió molestar especialmente a Don Enrique, ya que tenía un ataúd en su casa -que yo pude ver una vez que me llevó Lola- que utilizaba para acostarse dentro un ratito cada noche.
Cuando murió pregunté que si lo habían enterrado dentro del ataúd que tenía en casa, y me dijeron que no, que en otro diferente. Supongo que como era el de diario preferirían utilizar para tan importante ocasión uno más lujoso.
2 comentarios:
Y al tercer día resucitó... me refiero al blog de Saltés, claro.
Curioso fenómeno este de las procesiones. La cantidad de esfuerzo que dedica alguna gente para sacar a pasear una imagen un día, para que luego encima les llueva y se vaya todo al traste. Y digo yo, sabiendo que esta es una época en la que suele llover, ¿por qué no le ponen un toldo a los pasos, o los hacen de algún material que no se deteriore demasiado por la lluvia?
Hace un par de años o tres, cuando mi amigo Jorge estaba trabajando en el puerto de Santa María, fuimos varios amiguetes a visitarle en Semana Santa. Un día en que él tenía que trabajar, nos fuimos a dar una vuelta por allí y terminamos delante de una iglesia donde había mucha gente; iba a ser el punto de partida de una procesión. La incertidumbre cundía entre la gente, porque estaban cayendo unas gotillas y podía ser que se suspendiera el evento. En ese momento me llamó al móvil Jorge, que ya había terminado de trabajar, y quería saber dónde estábamos para ir a encontrarse con nosotros. Sin ninguna mala intención le dije "estamos aquí en una iglesia esperando a ver si sale la procesión, pero tiene pinta de que se va a cancelar por la lluvia". El comentario me valió una mirada de indignación de un menda que había por allí "cómo que se va a cancelar, gafe". En fin, seguro que si hubiera sido el paso de la canina a nadie le habría molestado el comentario.
Bonita costumbre esa de tener un ataúd y meterse un ratito en él todos los días. Supongo que es una manera de hacer más progresiva la transición e ir tomando contacto con el medio; que eso de morirse y de repente pasarte todo el día en el ataúd sin haberlo probado antes debe de ser traumático.
Rubensan, desde este momento quedas nombrado socio.
El caso es que la mitad de los pasos de Semana Santa, los de la Virgen, tienen toldo, el palio, no les queda más que hacerlo impermeable, o ponerle un plastiquillo y punto, y con los penitentes lo mismo, túnica-chubasquero. Si los partidos de fútbol no se suspenden, y tienen que estar corriendo y todo chorreando ¡es que los capillitas son unos quejicas! Recuerdo una imagen dantesca cuando de niño salía de panitente, en la esquina de las calles San José y El Puerto, frente a la taberna del Macareno, llovía a plomo, se reblandecían los larguísimos capirotes, que por dentro son de cartón, y se doblaban. Algunos cofrades esgrimiendo el cirio le daba un garrotazo a un compañero en el capirote para acelerar el proceso. Algunos no apuntaban bien, no era fácil, y le daba en la cabeza. Excuso decir que el agredido respondía súbitamente, y a los pocos minutos aquello era una batalla campal muy poco piadosa, pero muy divertida.
En cuanto a lo del ataud lo que hacía aquel hombre me parece acertadísimo ¡para todo hay que entrenarse! máxime cuando es algo por lo que muy probablemente se ha de pasar. Pero da un repelus al que hay que imponerse. Hace ya muchos años estuvo unos días en casa mi tío Tomás, que era marinero, y como tal supersticioso y enemigo de los curas porque les evocaban los entierros y de todo lo fúnebre. Estaba haciendo yo por aquellos días un sofá consistente en un tablero sobre una caja alargada para poner encima un colchón de goma-espuma. Estaba con el tema de la caja, y para trabar mejor meto un pie y en esto grita mi tío ¡pero chiquillo, ¿te vas a meter dentro!
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