Hace unos días me trajo Ana de la nueva Tate una regla de cuadradillo con la cara de los números negra y las otras tres: rojo, amarillo y azul, según diseño de Teo van Doesburg. Y me hizo recordar otra regla de la misma clase pero más fea, porque no tenía ese bello colorido. Era más contundente, de más de un cm de lado y más de 30 cm de largo.
Esa era el arma predilecta de la señorita Teresa. Mi primera maestra, si exceptuamos a Doña Ana, dama de la que os hablaré algún día, que oficiosamente en su casa me desveló el misterio de la escritura cuando yo tenía cuatro años.
Con cinco años me llevaron a un colegio de postín. Y la víspera busqué en casa un libro para llevar al colegio. Encontré un cuento de baturros que era corriente en aquella época.
Aquella mañana me llevaron al colegio y entré en clase de la señorita Teresa. La recuerdo alta, yo era muy bajito, delgada y mal encarada. Se interesó enseguida por mi libro. Lo miró con gesto de desaprobación y se lo llevó sin decir palabra.
Durante toda la clase estuve esperando inútilmente que me lo devolviera o me diera alguna explicación. Pues todavía podría estar esperando. Yo le daba vueltas al magín aplicando mi infantil hermenéutica y creo que acerté. Porque pensé que a lo mejor un cuento de baturros no es bastante serio para una clase.
¡Pero es un libro! Es decir un manojo de hojas impresas cosidas por uno de sus lados. Y también pensé que si una maestra no se daba cuenta de que a un niño recien llegado no podía estar al día en convencionalismos literarios relativos a los usos escolares ¡pues no estaba haciendo bien su trabajo!
De la señorita Teresa no recuerdo nada más que su agrio carácter y que imponía su disciplina llamando al estrado a los minúsculos infractores, a los que obligaba a juntar los dedos de sus manitas, poniendo hacia arriba las yemas, que golpeaba con saña repetidas veces con su regla de cuadradillo.
Cuando le conté esto a Ana me dijo: “Lo siento papá, no podía imaginar que este pequeño regalo tuviera para ti evocaciones tan negativas”
Recuerdo aquello con un cierto resentimiento y me dejó la impronta de que un colegio siempre es en principio un lugar peligroso, y no deja de sorprenderme que los niños vayan, cuando van así que no es siempre, de buen grado al colegio. Y sigo pensando que ¡vaya huevos los de la señorita Teresa y los de la directora que la mantenía contratada consintiéndole semejantes recursos pedagógicos!
El estreno fue verdaderamente premonitorio porque no fueron esas las únicas putadas que recibí en tan prestigiosa institución.
5 comentarios:
A mi amigo Teo, cuando estabamos en la EGB, un cura le sacaba a la pizarra sin venir a cuento y delante de todos le quitaba las gafas con una sonrisilla, cogía una tiza y le pintaba en la cara otras de mentira. Después seguía pintándole los mofletes o alguna otra cosa mientras le pellizcaba. Entoces ya era raro pero ahora lo recuerdo con una indignación brutal.
Dinos el nombre del cole y aunque haya pasado algun tiempo lo tendremos en cuenta
Si Edu, es indignante.
ICP08 ¡El cole hay q adivinarlo!
Por otra parte, como D esto hace 65años la señorita Teresa q entonces no tendría menos de 20 años, pues haz la cuenta. El caso es q por fría q se coma la venganza ¡pues es tarde para represalias!
Más que “Lo siento papá, no podía imaginar que este pequeño regalo tuviera para ti evocaciones tan negativas” o junto a ese sentimiento, me viene el de: ¡qué cabrona la señorita Teresa!
Y tu profe cura, igual, Edu...
¡Qué mal!, ¡qué abuso!
Pero en realidad lo peor se lo llevan ellos que son unos amargados y unos sádicos. A ninguno de ellos le habrán regalado sus alumnos un mono de pintor por su cumple, ¿eh? :-)
Oye Ana, pues no deja de tener valor didáctico el conocer a tan temprana edad especimenes de cabrones químicamente puros
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